Mancebo comía en el interior de la caravana del Illes Balears. A su lado, se encontraba aparcado el autocar que ayer condujo de Barcelona al Plateau de Beille a un par de decenas de periodistas mallorquines. Nunca habían visto el Tour. Ni conocían sus embotellamientos, ni que tanta gente pudiera reunirse en un puerto para animar el paso de los ciclistas. Alucinaban. Casi tanto como Mancebo, quien, tras reponer fuerzas, salió al exterior para atender al reclamo de informadores: micrófonos, cámaras de televisión, cámaras de fotos, bolígrafos. Se sentía feliz. Y eso que al abulense le cuesta expresarse. A diferencia de su paisano, el tristemente fallecido Chava Jiménez, nunca ha sido hombre de muchas palabras.

Pero, ayer, como posiblemente en lo que queda de Tour, Mancebo será el único protagonista español, empeñado en acompañar a Armstrong en el podio de París. Por esta razón, ayer, su director, Eusebio Unzué, le mandó atacar en los kilómetros finales del puerto de Agnes, un primera durísimo, allí donde Mayo estuvo a punto de apearse de la ronda francesa. "Ataca, Paco, venga!", le chilló Eusebio Unzué.

Mover la carrera

Mancebo obedeció. Se plantó en un santiamén a una veintena de metros de Armstrong. ¿Una locura? "No. Todo lo contrario. Le ordené atacar porque sé que ascendía sin problemas. Quise tratar de que alguien le siguiera para mover un poco la carrera". Pero nadie se atrevió a molestar, a incordiar la marcha frenética del Big Blue de Armstrong.

Mancebo no aguantó al estadounidense, ni tampoco a Basso. "Iban mejor que yo", admitió. Por eso, se mantuvo en la distancia peleando por tratar de distanciar a Klöden, su peor enemigo ahora, de momento en la lucha por el podio, en una jornada que también estuvo marcada por los abandonos de los ilustres Haimar Zubeldia y Denis Menchov.