Sólo alguien con la firmeza, la dedicación y el amor por las motos, por las carreras, por el deporte es capaz de enrolarse en un proyecto como el que hace unos cinco años empezó a construir Alberto Puig a su imagen y semejanza.

Sólo alguien herido, no sólo en su pierna izquierda, sino en su corazoncito de campeón, puede tener tantas ganas y deseos de que alguien, cualquiera, el joven más valiente, más preparado, consiga de su mano lo que él no pudo lograr, pese a estar en el camino: victorias y títulos.

Sólo alguien que posee el arrojo de ponerse a prueba a sí mismo, alquilando una Honda CBR de 650cc, montándose en ella a la pata coja y poniéndose por unos segundos a 250 kms/h pegadito al guardarrail de la única autopista que hay en Mallorca para saber si realmente aún tenía coraje para soportar esa tensión, es capaz de abandonarlo todo y liderar un proyecto de campeón.

Buena parte de las lágrimas derramadas por Daniel Pedrosa se deben a lo mucho que ha sufrido para alcanzar la gloria. Pero, también, a lo agradecido que está a Alberto Puig. Porque fue Puig quien, de la mano de José Antonio Lombardia, impulsor en Telefónica de la Movistar Cup, y protegido por Carmelo Ezpeleta, máximo responsable de Dorna, crearon una prueba en la que corrieron 25 jóvenes.

Pedrosa formó parte de un grupo de escogidos a los que Puig mimó como si fueran sus hijos. O mejor. Lo primero que hizo fue decirles que si no iban en serio, abandonasen. Lo segundo fue hablar con sus padres. "Les dije que los quería mucho, mucho, pero que sólo quería verlos cuando me trajeran y se llevaran a sus hijos después de los entrenamientos o carreras". Lo hicieron. Es imposible contradecir en algún momento a Puig. "Se portaron maravillosamente, fueron unos extraordinarios taxistas".

En Sepang, Puig lloró como un bebé. Su protegido ha ganado ya todo lo que el maestro no pudo lograr por aquel muro de Le Mans contra el que se estrelló en 1996, a 220 kms/h. La misma velocidad a la que venció su pupilo.