Nadie sabe lo que le pasó por la cabeza a Gerard Piqué en el Ellis Park cuando decidió quedarse con el brazo izquierdo de Cardozo, el delantero paraguayo. Si hubiera podido se habría quedado con él, como hacen las niñas con las muñecas arrancándolo de cuajo. Hasta el propio Piqué intentaba luego buscar una explicación racional a una jugada que pudo cambiar la historia de España. Para mal, claro.

"¿Si fue penalti?" A la pregunta tan obvia, Piqué responde con una sonrisa. "Son de esos..." dijo sin acabar la frase. Pero después sí que la terminó. "Son de esos que se suceden en cada córner, pero el problema mío es que no había nadie a mi alrededor. Sí, ¡casi le arranco el brazo! Al no ver gente a mi lado, como pasa siempre, se me vio mucho. Demasiado", admitió el central.

El gran alivio

Hecho el penalti por querer llevarse el brazo, hecha la confesión y las protestas de rigor, solo para intimidar al colegiado guatalmeco Carlos Batres, Piqué miró a Casillas. Su futuro. Y el de España estaba en las manos del portero del Real Madrid. Como tantas y tantas veces. "Cuando Cardozo va hacia la pelota, casi ni quería mirar. Cuando lo paro Iker, pensé: se me ha bajado la Virgen", confesó después. No precisó si era la Virgen de Montserrat. Tampoco importaba. "Iker nos dio alas con esa parada en un momento tan importante. Fue providencial. Tenerlo ahí a tu lado siempre es bueno para la selección. No lo digo solo por el penalti sino por la doble parada que hizo al final casi del partido".

Mientras Piqué pensaba en la virgen que le había librado del castigo más duro de su carrera deportiva, Casillas agarró la pelota --la acunó entre sus brazos-- y miró eufórico a Reina, que estaba en el banquillo. Ese penalti también era muy suyo. "¡¡¡Tú, tú, tú!!!", le decía Casillas recordando el consejo que escuchó del meta del Liverpool antes de empezar el partido: "Si hay un penalti y lo chuta Cardozo, tírate a la izquierda, Iker". Allí se tiró. Y entre el santo (Casillas) y la virgen (Piqué), España llegó al cielo.