El waterpolo español ha forjado equipos de leyenda, como el que comandó Manel Estiarte en la conquista del oro en los Juegos de Atlanta-96. Este triunfo permitió resarcir la decepción que supuso la plata lograda en Barcelona-92, tras perder la final ante Italia después de tres prórrogas, y dio, por fin, la dimensión y trascendencia a una modalidad minoritaria, casi siempre olvidada, sacrificada como pocas. Porque mientras en fútbol y baloncesto los entrenamientos pueden alargarse dos o tres horas, los de los waterpolistas ante las grandes citas se hacen eternos, como las dobles sesiones de mañana y tarde, de cuatro horas cada una, que ordenaba el exseleccionador Joan Gené.