La semana pasada publicamos una entrevista-reportaje a una deportista muy especial. Era Yohana Rodríguez, sempiterna capitana del Extremadura Arroyo de voleibol.

Asumo desde el inicio que no soy imparcial cuando opino de este club en general y de esta chica en particular. Para mí representan lo más meritorio del deporte extremeño desde hace muchos años. El Arroyo siempre ha puesto en el escaparate lo mejor, siendo un perfecto referente en cuanto a principios, comportamiento e incluso modelo de gestión.

Independientemente de si están ahora en la segunda categoría del voleibol, tras cuatro en la más alta, se trata de un fenómeno singular. Y todo ello, surgido del trabajo abnegado y altruista de gente como Yohana, pero evidentemente antes catapultado por unos pocos sacrificados por la causa (me acuerdo especialmente de José Fragoso y de Adolfo Gómez, ‘Tate’, el entrenador y ahora también presidente) que han hecho de un club humilde una entidad grande, una referencia, sin duda.

En cualquier caso, planteo desde aquí que mimemos a nuestros deportistas de élite. Yohana lo ha tenido complicado durante años a la hora de compatibilizar su trabajo (es enfermera) con sus partidos y entrenamientos. Ahora parece que le va mejor, aunque con los sacrificios lógicos.

Pero hete aquí que tenemos una excelente oportunidad de ahondar en las ayudas a nuestros espejos. Hay que ser contundentes, opino, y no quedarse a medias: teóricamente tenemos una regulación para colaborar en que se puedan compatibilizar los dos frentes, si es que eres considerado deportista de alto rendimiento.

Para mí, y a la vista está de bastantes casos, esto no resulta suficiente: hay que obligar a instituciones y empresas para que den facilidades. Si no, auguro que, por desgracia, perderemos en el camino a muchas ‘Yohanas’.