Empieza a molestar seriamente que cualquier compra de productos o servicios esté precedida por un oportuno regateo. Pagar el precio de tarifa se reserva actualmente al consumidor más iluso en su acepción más insultante.

Ya sea en el hotel, en el avión o en la compra de un coche, el consumidor nunca está seguro de que le cobran lo justo. Ante la proliferación de ofertas, las compañías aéreas aplican la máxima de abaratar costes, algo que se traduce en apretujar viajeros y racionar los cacahuetes. El consumidor debe subirse al carro de las ofertas. Pero con ciertas reservas.