Una de cal y otra de arena. Así podría definirse lo que recibió ayer de Ben Bernanke el presidente electo de Estados Unidos, Barack Obama. Y es que el presidente de la Reserva Federal expresó su apoyo al plan de incentivos fiscales planteado por Obama, pero también aseguró que "es improbable que las acciones fiscales promuevan una recuperación duradera, a no ser que vayan acompañadas por potentes medidas para estabilizar y reforzar más el sistema financiero". Lo que hacía era, simplemente, reclamar nuevas ayudas económicas para los bancos.

En una intervención en la London School of Economics, Bernanke señalaba como objetivo prioritario a corto plazo "promover una recuperación económica global". Aseguraba que, aunque la Fed agotó sus posibilidades de intervenir mediante los recortes de tipos de interés al dejarlos en el 0%, todavía dispone de "poderosas herramientas". Y urgió a que se inyecte más capital público y se establezcan nuevas garantías en el sistema financiero "para asegurar la estabilidad y la normalización de los mercados de crédito", objetivos que no ha logrado la inyección de más de un cuarto de billón de dólares del medio billón del rescate.

Bernanke apuntó a tres posibles opciones para tratar de acabar con la deuda tóxica que lastra a las instituciones. Una, comprarla con fondos públicos, como inicialmente se planteó. Otra, que el Gobierno acceda a absorber parte de las pérdidas a cambio de garantías o de una tasa. Y, por último, separar los activos y poner los problemáticos en una especie de "mal banco".

Sin duda consciente de los problemas para garantizar apoyos a una nueva inyección de dinero público, especialmente ante los problemas de control que lastra lo ya desembolsado, Bernanke subrayó también la necesidad de establecer "sistemas regulatorios y de supervisión más fuertes con claros parámetros de responsabilidad y poderes de control para contener endeudamiento y adopción de riesgos excesivos".