El presidente de EEUU, George Bush, y el primer ministro de Japón, Yasuo Fukuda, anunciaron ayer en Hokkaido (norte de Japón) que el 8 de agosto estarán en Pekín para presenciar la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos. Los dos mandatarios se muestran así de acuerdo en la política de mano tendida al régimen chino y contra los partidarios de mostrar, mediante la ausencia de líderes en el acto, el rechazo internacional a las violaciones de los derechos humanos en China.

El otro gran tema que acaparó ayer la atención fue Corea del Norte. En Japón se celebra la oportunidad de rebajar la tensión militar en el noreste de Asia, pero se teme que, con la reciente presentación del inventario nuclear norcoreano, y la subsiguiente decisión de EEUU de sacar a Pyongyang de la lista de capitales que apoyan al terrorismo, quede fuera de la agenda diplomática el problema de los japoneses secuestrados y trasladados a Corea del Norte en los años 70 y 80.

Hace seis años Pyongyang reconoció los secuestros y permitió a cinco víctimas regresar temporalmente. Como era de esperar, los cinco se negaron a volver a Corea del Norte, se han convertido en testimonios de la brutalidad del régimen y han hecho aumentar la animadversión que sienten la mayoría de los japoneses hacia su problemático vecino.