Este fin de semana se ha avanzado en el proceso de negociación del plan de rescate de la deuda tóxica de Wall Street pero el Congreso no tiene todo el tiempo del mundo porque la situación es muy delicada. Este es el mensaje que transmitió ayer el presidente de EEUU, George Bush, cuando el debate entre demócratas y republicanos sobre el plan de rescate bancario de 700.000 millones de dólares (unos 485.000 millones de euros) ha empezado a caldearse. Bush advirtió a los congresistas de que añadir otro tipo de medidas en el plan "sabotearía su eficacia".

"No vamos a darle un cheque en blanco de 700.000 millones de dólares a Wall Street", advirtió, por su parte, la presidenta de la Cámara de Representantes, la demócrata Nancy Pelosi. No es que la unidad de los dos partidos corra riesgo, sino que los demócratas ven en el plan una oportunidad para reformar Wall Street con la excusa del ingente esfuerzo que efectuará el Estado en el rescate. "Obviamente hay diferencias, pero el mundo entero nos observa para ver si podemos apuntalar nuestros mercados", advirtió Bush.

PUNTO CONTROVERTIDO Las diferencias a las que se refiere Bush se basan sobre todo en cuatro aspectos: la forma en la que se va a supervisar el poder que el plan deja en manos del Departamento del Tesoro; la inclusión de medidas para ayudar a los propietarios de casas en apuros porque no pueden pagar sus hipotecas; la gestión del dinero de los contribuyentes invertido en el plan, y el control de los sueldos de los ejecutivos de las entidades financieras que han sido rescatadas .

Es este último punto el más controvertido. Los demócratas consideran totalmente inadmisible que los ejecutivos de las instituciones salvadas con dinero público mantengan sus altos salarios y sus millonarias indemnizaciones en caso de despido.