A pesar de las tasas de crecimiento, que están muy por encima de la media de la zona euro y de la Unión Europea (UE), España pierde competitividad. El año pasado descendió del puesto 34 al 36 en el ranking que elabora desde hace 30 años la escuela de negocios suiza IMD de entre un grupo que en esta edición incluye a un total de 63 países.

Una de las asignaturas pendientes para el nuevo Gobierno de Pedro Sánchez es el mercado laboral, que contribuye a que el país descienda varias posiciones en esta clasificación que mide cómo gestionan los países todas sus competencias para mejorar la prosperidad de toda la población y que incluye variables que van desde el desempeño económico hasta la eficiencia de la Administración.

Entre los retos del país, de los que tendrá que ocuparse el equipo económico del recién estrenado Ejecutivo socialista, capitaneado por la ministra de Economía, la recién aterrizada Nadia Calviño, se destaca la necesidad de fortalecer las cuentas públicas a medio y largo plazo, en especial mediante el sistema de pensiones, además de desarrollar una Administración pública más eficiente y efectiva, reducir la regulación y generalizar la digitalización y la adopción de tecnologías innovadoras en todos los sectores. Son un conjunto de retos que requieren un gran esfuerzo que, el nuevo Gobierno, deberá consensuar con otras fuerzas parlamentarias.

PRIMEROS Y ÚLTIMOS / En este ranking, EEUU ha logrado situarse en el primer puesto tras ocupar el cuarto en el anterior estudio, lo que supone un ascenso meteórico. Le siguen Hong Kong, que baja del primer al segundo puesto; Singapur, que se mantiene tercero; Holanda, que sube del quinto al cuarto puesto; y Suiza, que baja del segundo al quinto y realiza una progresión inversa a la de la primera potencia mundial.

Esta lista la cierran países como Venezuela, que se mantiene en la plaza número 63, con Mongolia, Croacia, Brasil y Ucrania en los lugares 62, 61, 60 y 59, respectivamente.

El retroceso experimentado por España, después unos años de recuperación en esta misma clasificación, se debe principalmente a la pérdida de competitividad en variables como el funcionamiento del mercado laboral, los precios, la legislación empresarial, la política relacionada con los impuestos y las infraestructuras científicas.

Cuando uno se adentra y profundiza en los grandes conjuntos de datos, entre las debilidades en materia económica se destacan el desempleo juvenil, que sitúa a España en el lugar 60 de los 63 países estudiados, así como la tasa de paro, que nos coloca en el puesto 59. La posición global más avanzada en este ranking fue en 1999, en el lugar 20, según los datos históricos de IMD.

En cuestión de eficiencia del sector público, España se encuentra en el lugar 56 por lo que respecta a deuda y en el 54 en cargas a la Seguridad Social por parte de los empresarios, y en la misma posición en legislación sobre desempleo. Aún peor es la clasificación en formación de patronos y atracción y retención de talento, en ambos casos, en el lugar 58; y no es mucho mejor la situción en dominio de idiomas y exportaciones de bienes de alta tecnología, en el puesto 52.

El aspecto en el que España destaca entre los puestos de cabeza -en concreto, está situada en la sexta plaza- es en esperanza de vida, seguido de las infraestructuras sanitarias, en el noveno lugar. Ocupa también posiciones en la parte alta de la tabla en exportaciones de servicios y en la baja tasa de homicidios, por ejemplo.

Lo cierto es que, tras unos ejercicios de mejora en la clasificación después de desplomarse hasta el lugar 45 en el 2013, todavía durante la crisis, el país fue recuperando posiciones hasta situarse en el lugar 34 en el 2016, un puesto que repitió al ejercicio siguiente. El informe analiza un total de 258 indicadores. Entre estos, los datos puros, como estadísticas nacionales de empleo y comercio, pesan más en el cómputo que sirve para elaborar las conclusiones que la percepción empresarial de cuestiones como la corrupción, los temas medioambientales y la calidad de vida.

CUATRO ÁMBITOS / A su vez se evalúan cuatro grandes ámbitos: la evolución económica, la gestión del Gobierno, la eficiencia empresarial y las infraestructuras. España obtiene en las infraestructuras su mejor puesto, el 27, aunque uno más abajo que en el 2017. Le sigue la evolución económica, con el lugar 31, cuatro más arriba que en el 2017; la eficiencia empresarial, que baja del puesto 26 al 29; y la del Gobierno y la Administración, que retiene el lugar número 38.

Este estudio es el más importante en la materia junto con el que realiza el Foro Económico Mundial (WEF, por sus siglas en inglés), que en su última edición situó a España en el puesto 34 frente al 32 del informe anterior de un total de 138 países. Además de esta posición, España se destacaba también por ser uno de los países con un crecimiento económico menos inclusivo, según la misma organización.

Como afirmaba en este diario Suzanne Rosselet, que fue directora adjunta del World Competitiveness Center de la IMD, aunque el tamaño del país no sea un elemento fundamental para la competitividad, se trata de una variable que también pesa en el estudio.

EEUU, por ejemplo, que no tiene una Administración pública especialmente eficiente, cuenta con una dimensión de su mercado que hace que compañías de todo el mundo quieran acceder al mismo, lo que supone una gran ventaja competitiva. Además dispone de unas normas económicas que lo hacen atractivo como mercado para los inversores de otros países.

Y lo mismo sucede con China, que ya ha subido del lugar 18 al 13, y se ha destacado por la mejora en inversiones en infraestructuras físicas e intangibles, así como en determinados aspectos institucionales, como el marco legal y regulatorio. Pero en los primeros puestos también hay países pequeños como Singapur y Holanda. Cada país tiene su propia estrategia de competitividad.

El director del Centro de Competitividad Mundial de IMD, Arturo Bris, destaca que «no hay una sola nación en el mundo que haya tenido éxito de manera sostenible sin preservar la prosperidad de su gente». «La competitividad se refiere a ese objetivo: determina cómo países, regiones y empresas administran sus competencias para lograr un crecimiento a largo plazo, generar empleos y aumentar el bienestar. La competitividad es un camino hacia el progreso que no resulta en ganadores y perdedores: cuando dos países compiten, ambos están en mejor situación», detalla.

SIN PATRÓN COMÚN / En la última edición del estudio, el responsable de la clasificación afirma que en los puestos más altos del ranking están los países con más elementos de competitividad, aunque con distintos enfoques y mezclas de la distintas variables. No hay un patrón común. «Una economía, por ejemplo, puede edificar su estrategia en torno a un aspecto en particular, sean infraestructuras tangibles o intangibles y otra, en cambio, puede centrarla en la eficiencia gubernamental».