Todos los cubanos son iguales, pero hay algunos que son más iguales que otros, hubiera escrito George Orwell a la salida de un gran centro comercial que acaba de ser inaugurado en una de las barriadas más empobrecidas de La Habana.

Parafraseando al novelista británico, que en su famoso decálogo de Rebelión en la granja escribió que todos los animales son iguales, pero unos son más iguales que otros, la enorme tienda de la cadena Trasval ha pasado a ser símbolo de los nuevos tiempos en Cuba, después de que Raúl Castro asumiera en febrero último las jefaturas del Estado y del Gobierno.

Raúl ha dejado entrever en sus discursos que el igualitarismo forzado --impuesto hasta entonces contra toda realidad--, resultaba desacertado para la nación y que el que trabaja más y mejor tiene que recibir más, sin poner techo al cuánto más. Esto de ganar más ya es ley desde hace un par de meses. Hasta entonces, los obreros más destacados recibían solo diplomas y gallardetes que hoy llenan las gavetas de los pensionistas. La nueva tienda ocupa el inmueble de lo que fuera una sucursal de la cadena estadounidense Woolworth´s, en su momento uno de los más deslumbrantes emblemas del consumismo y que en casi medio siglo del socialismo puro se renombró como Variedades Galiano, con anaqueles vacíos o llenos de confecciones del peor gusto.

Mercancía extranjera

Trasval, perteneciente al Ministerio del Interior, abrió aquí su más espectacular tienda, ocultó con nuevo piso el nombre de Woolworth´s en el portal y se surtió de mercancías extranjeras adquiribles solo con divisas a las que la mayoría de la población no tiene acceso por lo deprimidos que se encuentran los salarios y los altos precios de los productos. El sueldo medio es de 408 pesos, equivalentes a 17 CUC (peso convertible cubano), la divisa nacional, por lo que un individuo que desee comprarse el taladro más barato a 50 CUC necesitaría casi tres meses para adquirirlo empleando todo lo que gane en su trabajo. Un dólar estadounidense se cambia por 80 centavos de CUC y debe conocerse que las importaciones reciben un gravamen que puede llegar hasta el 270%.

"Yo lo veo bien aunque ahora no tengo para comprarme ni un miserable tornillo, pero sé que ahí adentro está lo que yo necesito y si trabajo con ganas lo podré comprar. El problema, como yo lo veo, es que ya hay donde gastar pero no cómo ganar más". Agustín tiene unos 40 años mal llevados, es empleado de una farmacia cercana, y se encuentra con los brazos cruzados mirando una fila de un centenar de personas esperando para entrar en la tienda. Observa desde la acera de enfrente, donde a inicios de los 60 del pasado siglo existió otro gran establecimiento, El Encanto, destruido por un sabotaje contrarrevolucionario. "Mi sueño es comprarme un ventilador para ver si logro seguir sobreviviendo los veranos", dijo. La tienda Transval contrasta enormemente con su entorno de lo que fuera la principal arteria comercial de la Isla. A excepción de este edificio, el resto de la avenida Galiano, de una acera y la otra, y desde el Malecón hasta Reina, otra importante calle, semeja una ciudad por donde pasó una guerra en la que perdieron ambos bandos.

La opinión de Ana --española residente temporal en Cuba-- al salir de la tienda es esta: "Para mi asombro, a decir verdad muchos de los productos en venta están más caros que en mi país". Lourdes, de 60 años, está jubilada como maestra y piensa trabajar de nuevo amparada por la ley que le permite conservar su retiro y ganar un salario íntegro. "Siempre he vivido en este barrio. Cuando el capitalismo, uno de los paseos con mis padres era salir a ver las vidrieras, solo ver, no había para comprar. El alquiler, los alimentos y el médico se llevaban todo el sueldo. Hoy no pagamos ya alquiler, el médico y la enseñanza son gratuitos, pero todo se va en comer y comer mal. Es decir, vine a lo mismo: a mirar, que no cuesta nada. Quería pasearme por un lugar limpio, bien iluminado, con aire acondicionado, donde todo funciona y no hay mal olor. Cincuenta años y hemos dado una vuelta para quedar en el mismo lugar, solo que ahora soy más vieja. Los que salen con compras seguro creen otra cosa: ¿no dicen los marxistas que el hombre piensa según vive?", concluye.