Estos días se cumplen 10 años del momento en que un término financiero poco conocido incluso para muchos inversores se hizo tristemente popular en todo el mundo. La burbuja de las hipotecas ‘subprime’ en Estados Unidos estalló hace una década. Lo que nadie sabía entonces, por más que unos pocos pudieran intuirlo, es que iba a marcar la antesala de una crisis global de dimensiones colosales de la que todavía se dejan sentir las consecuencias.

Los Gobiernos y bancos centrales de los países desarrollados, principales afectados por la mayor crisis económica desde la II Guerra Mundial, trataron de contener sus devastadores efectos con una batería sin precedentes de medidas de gasto, rescates bancarios, cambios legales, bajadas de tipos, y compras de deuda pública y privada. La iniciativa evitó una Gran Depresión como la de los años 30, pero todavía quedan muchas tareas pendientes para sanar las heridas de la Gran Recesión.

En el caso español, el paro es la más evidente. La economía, que estuvo 48 meses en recesión entre el 2008 y el 2013, ha recuperado en el segundo trimestre del 2017 el nivel de PIB previo a la crisis. Sin embargo, el desempleo está en el 17,22%, lejos del mínimo del 7,93% del 2007, y según las previsiones del Gobierno seguirá en el 11,1% en el 2020. Ese año, habrá prácticamente el mismo número de empleados que hace una década (20,5 millones), pero 800.000 parados más (2,57 millones). Y con aumento de la precariedad: la menor jornada laboral y la rebaja de los salarios explica el 30% de los trabajos creados desde el 2013.

Más desigualdad

Como consecuencia, la desigualdad ha aumentado. La renta anual neta de los hogares ha caído un 7% desde el 2008, a los 26.730 euros, lo que ha provocado que el porcentaje de la población en riesgo de pobreza haya subido del 19,8% al 22,3%. El índice de Gini, que mide la distribución de los ingresos, ha empeorado del 32,2% al 34,3%, lo que implica una transferencia de riqueza del 14% del sector más pobre de la sociedad al más rico.

La expansión del PIB gracias a los recortes y las reformas ha permitido corregir en parte esos problemas, pero la delicada situación de las cuentas públicas sigue constriñendo el margen de maniobra. España sigue teniendo el mayor déficit de la zona euro, pese a reducirlo desde el 11,1% del 2009 al en torno al 3% en que acabará este año, y, según el Gobierno, el desfase permanecerá en el 2020 (0,5%), frente al superávit anterior a la crisis. Y lo que es peor, la deuda pública se ha disparado desde el 36,3% del 2006 y seguirá en el 2020 en el 92,5%.

Vulnerables

Como ha admitido el Ejecutivo, esas debilidades hacen al país “vulnerable” ante posibles sorpresas negativas que puedan surgir. Y las incertidumbres no son pocas. La más clara es la retirada de los estímulos extraordinarios del Banco Central Europeo (BCE). El organismo ha sostenido que los tipos seguirán bajos durante un largo periodo, pero ya ha empezado a dar indicaciones de que podría comenzar a retirar las compras de deuda para evitar una burbuja de activos financieros. Está por ver cómo reacciona la economía del euro a la falta de esas muletas.

Otro foco de riesgo es el auge del populismo político movido por el descontento social. En países como Francia y Holanda las elecciones lo han frenado, pero el ‘brexit’ y la victoria de Donald Trump en Estados Unidos son prueba de su capacidad desestabilizadora. Los inversores ya miran con recelo los problemas del presidente estadounidense para sacar adelante sus planes en el Parlamento, ya que la principal razón que explica la subida de las bolsas mundiales de este año son sus anunciados proyectos de reforma fiscal e inversión en infraestructuras.

Lastre bancario

La banca, origen de la crisis, sigue siendo también un problema en Europa. Las entidades del continente mantienen aún 109.200 millones de euros en créditos de dudosos cobro, lo que lastra su capacidad de dar créditos y financiar la recuperación. Como ha demostrado la debacle del Banco Popular, muchas entidades todavía tienen que desaparecer, y la regulación de capital y provisiones aún por completar empujará a nuevas fusiones.

Las dudas sobre China e Italia, el riesgo de proteccionismo, la incertidumbre sobre el petróleo, las tensiones geoestratégicas, la necesidad de completar la Unión Bancaria Europea, o el resurgir de la banca en la sombra completan un panorama de riesgos para un país que, diez años después, todavía no ha cicatrizado sus heridas.

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