El consumo privado, que primero fue motor del crecimiento en todo el país durante la década dorada (de 1996 al 2007) y luego, artífice de la recesión, se enfrenta ahora, en la época navideña, a la prueba del algodón. Después de un año con altibajos, en el que un primer semestre animoso ha continuado con un tercer trimestre agónico, el gasto de las familias se topa ahora con unas fechas en las que la desconfianza y la consiguiente propensión al ahorro se pelea con las luces de colores que cada año anuncian que ha llegado el momento de consumir.

El dilema que se plantea es si conviene adoptar medidas para revitalizar el consumo y que el gasto de las familias vuelva a tirar del carro de la economía o si, por el contrario, hay que aceptar que es el momento de un nuevo modelo en el que los bueyes del crecimiento económico sean, a partir de ahora, la inversión y la exportación.

Enric Casulleras, profesor de Teoría Económica de la Universitat de Vic (Barcelona), formula el dilema en forma de paradoja: "La economía ya no vela para posibilitar nuestro consumo, sino que tenemos que consumir para salvar la economía". En su opinión, hay que pasar página y buscar nuevas salidas en la exportación. "Nos conviene producir y vender, más que comprar y consumir" y para eso, hay que "ser competitivos".

"Es evidente que muchas familias sufren de forma brutal los efectos del paro y de la crisis, pero también es cierto que a otras no les afecta tanto. Son estas las que pueden contribuir a la recuperación consumiendo", opina Jaume Llopis, profesor del IESE.

Diego Martínez, de UGT, opina que lo correcto sería estimular la capacidad adquisitiva, lo contrario de las medidas de ajuste adoptadas por el Gobierno.