El inesperado giro que ha dado esta semana la interminable historia de Opel ha descolocado a muchos, pero al Gobierno alemán le ha dejado literalmente del revés. Alemania ha visto estupefacta cómo se le escapaba de las manos el control sobre el futuro de la nueva Opel y quedaba a expensas de los deseos de Detroit, como uno más, sin poder agitar orgullosa su abanico de ayudas estatales disponibles para un futuro en el que las cuatro plantas que Opel tiene en el país eran las únicas con un futuro asegurado a largo plazo. La planta aragonesa de Figueruelas era una de las damnificadas por esos planes.

Desde el martes es definitivo que General Motors conservará su filial europea y no la venderá al fabricante de piezas austro-canadiense Magna. "Un giro de 180 grados como este es inexplicable, no nos lo esperábamos", decían estupefactos desde el Ministerio de Economía alemán centrado en los últimos meses en llevar a buen puerto la venta con ayudas públicas. La cancillera, Angela Merkel, que durante meses defendió la operación, tanto en campaña electoral como en visitas oficiales, no respira. Desde el pasado martes no dedica una sola palabra al tema y en sus encuentros con periodistas exige que no se le pregunte. Su portavoz, Ulrich Wilhelm, ha explicado que Merkel está "muy enfadada" y detalló una conversación telefónica con Barack Obama que debió tener un tono distinto al que mantienen ambos mandatarios en público.

Es el mismo cambio de tono que se ha visto en toda Alemania. Lo primero fue pedir la devolución "inmediata" de un crédito de 1.500 millones de euros que se concedió a Opel para la fase de transición que debía culminar con la compra por Magna. El "desinterés" nacional que Alemania defendió ante las sospechas de la Comisión Europea de que se violaban normas europeas de competencia ya no es tal. Ahora incluso se exige un premio. "Sin el dinero de los contribuyentes alemanes hoy no habría Opel y General Motors no puede pasar esto por alto. Eso nos da el derecho a hablar de manera seria y muy clara", decía el jueves por la noche el primer ministro de Hesse, Roland Koch, tras un encuentro del Gobierno central y los regionales afectados para formar un frente común para luchar por sus plantas.

SIN VUELTA ATRAS Poco pueden hacer ya. Alemania se ató las manos --presionada por la Comisión Europea-- al garantizar que sus ayudas estarían disponibles a cualquier empresa que quisiera salvar Opel. Ahora, si GM las reclama les resultará difícil decir que no sin sonrojarse. Aunque la capacidad de los alemanes para olvidar lo ocurrido en los últimos meses es grande, como lo han demostrado las amenazas lanzadas desde el comité de empresa de Opel de llevar ante la Comisión Europea al resto de países con plantas de Opel que pretendan dar ayudas para asegurarse la continuidad de sus plantas. En definitiva, que temen que alguien intente jugar al juego al que parecía que estaban jugando ellos con Magna.

Ahora esperan a ver qué normas marca Detroit. "Un plan rápido por parte de GM" es lo que espera el portavoz de la cancillera que quiere Merkel. Quizá los alemanes deberían sosegarse. Que GM se dé prisa puede significar que no cambie los últimos planes que presentó para el futuro de Opel, lo que implicaría cerrar dos plantas alemanas.

Ahora parece claro que el futuro plan de salvación de GM gustará menos en Alemania que el de Magna. Los relevos en GM Europa y en la propia Opel muestran que el propietario estadounidense toma el control de la situación para olvidar cuanto antes el cuento feliz de una Opel plenamente europea.