Con la sesión cerrada en Europa y por la mitad en Estados Unidos, el criterio que se impuso en la última sesión semanal de las bolsas fue el de vender. Poco, pero vender. La razón es que no hay datos fiables para mantener las buenas perspectivas de hace unos días. Al revés, hay indicios de que la cosa puede ir a peor.

En el mercado bursátil español cotizaron a la baja los vaivenes de la política económica del Gobierno de Zapatero y el anuncio de ahora subo impuestos, ahora no; hoy convoco a las grandes constructoras, mañana me desdigo.

Y en Wall Street andaban a media tarde en las mismas. No gustaron allí los datos registrados a lo largo de días pasados sobre el deterioro del mercado laboral y, en especial, los relativos a la actividad manufacturera. Solo faltaba conocer los magros resultados trimestrales de algunas de las grandes compañías estadounidenses para iniciar el fin de semana con una caída del 1%.

En Europa tampoco hubo razones para no cerrar en posición vendedora... y hasta el lunes. Londres bajó el 0,3% y Fráncfort todavía más, el 1,15%, reflejando la habitual paradoja de cómo reciben los mercados las buenas noticias: fue ayer cuando el Gobierno alemán de Angela Merkel admitió que podía doblar sus previsiones de crecimiento para este año.

Por su parte, la bolsa española cayó el 1,40% y perdió, por lo tanto, el nivel alcanzado de los 10.100 puntos contagiada de la tendencia bajista del resto de plazas internacionales y después de que los inversores optaran también aquí por las ventas en ausencia de nuevos datos macroeconómicos y empresariales optimistas.

La sesión comenzó con un ligero rebote, liderado por los grandes valores del mercado y en línea, además, con los ligeros incrementos que se registraron en el resto de plazas europeas. No obstante, al final todos los pesos pesados del mercado echaron el cierre con pérdidas: desde los bancos a las empresas energéticas.