El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, recordó esta semana en el Congreso de los Diputados que los salarios han caído hasta el nivel más bajo de los últimos 30 años. Su objetivo, aseguró, es que incrementen su peso en la economía. La tendencia, por el momento, no parece revertirse. La tarta (la economía) crece, pero la porción que les corresponde se reduce. Así, en el primer trimestre de este año, las remuneraciones de los asalariados significaron el 46,35% de la riqueza, por debajo del 47,29% del año pasado, según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE).

El jefe del Ejecutivo situó entre sus prioridades «crear empleo, y que este empleo sea digno». En este sentido destacó que «España arrastra un problema endémico de salarios bajos, que no se explica únicamente por la evolución baja de nuestra productividad, sino también por la merma en el poder de la negociación de los trabajadores, favorecida por la reforma laboral del anterior Gobierno». «La segmentación y la elevada temporalidad asociada a empleos de baja calidad y salarios bajos configuran una realidad que para este Gobierno no puede ser asumible», añadió.

Una de las metas es que «los salarios recuperen el peso que tenían en el reparto de la renta nacional en el periodo previo a la crisis». Un paso en esta dirección son los incrementos salariales pactados por los agentes sociales en el marco del Acuerdo Estatal de Negociación Colectiva (AENC), a juicio del jefe del Ejecutivo. El objetivo del aumento de las nóminas es «el reparto equitativo de la riqueza entre los beneficios empresariales y las rentas asalariadas». En este contexto se enmarcan también el plan director contra la explotación laboral que anunció y planes específicos para combatir el paro juvenil.

Lo cierto es que la crisis hizo mella en la distribución de rentas. A pesar de la recuperación, los salarios pierden peso en el conjunto de la riqueza del país. Y, entretanto, los beneficios empresariales y las rentas del capital no han dejado de ganar terreno en los últimos tiempos. Desde 1989, cuando suponían el 46,41%, las remuneraciones recibidas por los trabajadores no llegaban un nivel tan bajo o, dicho de otra forma, no obtenían una porción tan pequeña del pastel económico como actualmente. En contrapartida, los beneficios obtenidos por las compañías, así como los rendimientos del capital, se han situado en niveles récord.

CIFRAS ESCLARECEDORAS / En el periodo entre el 2008, cuando estalló la crisis, hasta el ejercicio pasado, las remuneraciones de los asalariados acumularon un descenso de casi el 1,7%, hasta los 550.272 millones de euros. Aún estaban lejos del nivel récord de 559.777 millones de hace una década, cuando las nóminas suponían más del 50% de la riqueza. Por su parte, durante el mismo periodo, los beneficios empresariales y los intereses, dividendos y rentas del capital acumularon un aumento del 6,12%, hasta los 493.627 millones, unos valores que no se lograron ni siquiera antes de que estallara la crisis.

A juicio de Sánchez, el objetivo de que crezca el peso de los salarios está ligado a la sostenibilidad del sistema público de pensiones, que «se debe asentar en un cambio de modelo productivo a largo plazo, en el que el peso de los salarios recupere el vigor de la mano de obra en contratación indefinida».

Otro efecto muy contundente de todo ello es que con alzas muy ligeras o incluso retrocesos, las retenciones a los salarios en el impuesto de la renta (IRPF) se han seguido moviendo en los últimos años entre el 88,6% y el 89% de los ingresos totales del tributo, mientras que las rentas del capital han reducido su aportación. De ahí que los incrementos de impuestos previstos por el Gobierno no vayan dirigidos a las familias, pymes y autónomos, sino a las grandes empresas.

El impuesto de sociedades, mediante el que las compañías tributan por sus beneficios, llegó a recaudar casi 45.000 millones en el 2007 y hoy aporta en torno a la mitad de esa cifra. Mientras, el IRPF ha aumentado su recaudación casi el 9% con respecto al 2007, hasta los 77.000 millones el año pasado y una previsión de 82.000 millones este año, más del triple que el de sociedades. Además, los salarios fueron los que soportaron la parte del león de la subida del IRPF al llegar el PP al poder en el 2012. El aumento empezó a revertir en parte en el 2015.

La salida de la crisis ha sido peor para los asalariados, con la excepción de los sueldos de lujo de los máximos directivos de grandes compañías como las del Ibex 35, lo que se traduce en más desigualdad y un crecimiento poco inclusivo, según el Foro Económico Mundial.