En un sondeo realizado por el centro Pew, solo el 34% de los estadounidenses logró atribuir correctamente a la Administración de George Bush el Troubled Asset Relief Program (TARP), popularmente conocido como el rescate de Wall Street. El 47% de encuestados están convencidos de que fue del actual Gobierno la iniciativa de ese rescate por el que se destinaron 280.000 millones de euros a salvar instituciones financieras, las automovilísticas de Detroit, la aseguradora AIG y las hipotecas de ciudadanos. El programa de ayudas expira hoy. Pero, tras dos años, sigue siendo muy impopular.

Por más que expertos y altos cargos se esfuerzan en calificarlo de éxito histórico y de medida imprescindible que salvó al país de otra gran depresión, y se apoyan en cifras para demostrar que acabará teniendo un coste mucho menor de lo esperado (incluso en algún caso dará beneficios), la valoración negativa entre los ciudadanos es un lastre para los demócratas de cara a las legislativas de noviembre.

La Administración de Obama ha pasado los últimos días defendiendo el conflictivo programa heredado y el secretario del Tesoro, Timothy Geithner, criticó sutilmente las maniobras políticas de los congresistas que tratan de esconder que en octubre del 2008 votaron a favor de un rescate que, entre otras cosas, ha contribuido a dar combustible al ultraconservador movimiento del Tea Party. "Deberían estar orgullosos por estar en el lado justo de la historia", les dijo.

Es, no obstante, demasiado pronto para saber cómo la historia juzgará el rescate. Geithner, como otros defensores de la intervención, se apoya en las cifras. Y es que, conforme las entidades rescatadas pagan intereses y dividendos o devuelven ayudas, los cálculos oficiales estiman que el coste final para las arcas públicas estará por debajo de los 36.000 millones de euros, una tercera parte de lo que se gastó en solucionar la crisis de los 80 y los 90.

"Hay una enorme dicotomía entre la percepción de los ciudadanos y lo que realmente ha hecho y lo poco que ha costado", opina Doug Elliot, antiguo banquero y hoy parte del think tank Brookings Institution. "Los aspectos de la recesión que molestan a la gente habrían sido mucho peores sin el TARP", añadió.

EXCESIVA GENEROSIDAD Los números, sin embargo, no son lo único que cuenta para valorar el programa. Son muchos los que, incluso defendiendo que se llevara a cabo el rescate, critican la generosidad con que se trató a ejecutivos y consejos de Administración, que no se cambiara la estructura de incentivos de Wall Street y que no se redujeran las situaciones de riesgo.

Ochenta de las 707 entidades financieras que recibieron ayudas las han devuelto. El mayor reto se plantea para las más pequeñas, que tienen 47.000 de los casi 150.000 millones que se fueron a la banca. Verán subir los intereses del 5% al 9% tras cinco años, lo que puede conllevar más fusiones y adquisiciones.