"Nos costó mucho sudor entrar en el modelo del bienestar europeo, nos costó varias huelgas acariciar los derechos laborales y, nada más empezar a disfrutarlos, ya nos los quieren arrebatar". Quien habla es Francisco Méndez, de 53 años, un trabajador normal, técnico de una refinería en el polígono industrial de Cartagena. Está alicaído, como muchos que celebrarán el 1 de mayo el día del trabajador, porque el huracán de la crisis les obliga a trabajar más, con más estrés, con más miedo, con menores perspectivas de promoción, con enorme incertidumbre en torno a jubilación, sueldo y despido. "Antes acumulábamos derechos y ahora vamos derechos al paro", resume.

La Secretaria de Política Social de UGT, Carmen López, no tira la toalla y cree que los trabajadores no deben caer en el desánimo, "el mejor aliado --dice-- de quienes pretenden usar la crisis como coartada para recortar los derechos sociales y laborales". López sostiene que es tiempo de levantarse, no de caerse. Pero Andrés Cascio, especialista en psicología del trabajo y profesor de la Facultad de Economía en la Universitat de Barcelona, certifica que entre finales del 2008 y principios del 2009 aumentaron los casos de estrés en el trabajador, aunque poco a poco los cuadros clínicos han remitido. Lo que ha aumentado --explica-- es el miedo de los más fuertes, que son los que han conservado su trabajo".

Los primeros del paro

Parece que en este darwinismo laboral salvaje, los débiles y los menos capaces de adaptarse han sido los primeros en ir a la calle, y su estado mental ya no aparece en las estadísticas, porque ya no pueden ir al psicólogo de la empresa que los despidió. Solo les queda deambular con la autoestima por los suelos en busca de un sistema de protección social saturado. Educados en la competitividad, les enseñaron que un parado es un incapaz, que ya nadie les quiere y que, por mucho que hayan demostrado, ya no tienen las capacidades por las cuales alguien esté dispuesto a contratarles.

En una conferencia pronunciada hace 10 años en el Círculo de Economía de Barcelona, Amartya Sen, premio Nobel de Economía, presagiaba lo que hoy sucede, pero advertía: "No se sacrifican los grandes logros de la civilización porque en un determinado momento haya problemas de corto plazo. Hay que replantearse el gasto no destinado al Estado del bienestar, como el gasto militar, y mantener la asistencia sanitaria, las redes de seguridad social, los programas de alivio de la pobreza, el seguro de desempleo, y unos planes de pensiones, quizás no excesivos, pero sí que otorguen el derecho a gozar de una vejez decente".

Afligidos por la ansiedad

El miedo al que alude Cascio es un miedo a perder el trabajo y a no poder colocarse en el futuro, un miedo que se traduce en un mayor sentido del ahorro, en la disminución del absentismo laboral y en la ausencia de remilgos para aceptar ocupaciones que no hace mucho hubieran rechazado, porque ya las ocupaban los inmigrantes (la cifra de empleados descontentos con su trabajo se acerca ya al 80%). El síndrome del desgaste profesional, conocido como burn-out, que antes solía aparecer a los 50 años, se está adelantado. De manera que en el horizonte laboral, si nadie lo remedia, se divisa una polvareda de jóvenes sin trabajo porque los mayores han de alargar su vida activa y no dejan hueco, y en medio, una masa de cuarentones y cincuentones atenazados por la ansiedad o directamente hundidos por el paro.

"Los próximos 30 años van a ser muy duros y no habrá soluciones fáciles", vaticina el filósofo francés André Glucksmann. Mientras los políticos juegan al birlibirloque de prometer que no habrá recortes sociales en la inevitable reforma laboral que se avecina, los trabajadores, fuera del ámbito sindical, entienden que ya nada va a ser lo mismo y que sí habrá --ya los está habiendo-- serios recortes del Estado del bienestar.

El trabajo en Europa será más precario, como es siempre en EEUU, pero precisamente allí ahora hay un sistema de sanidad pública, mientras que aquí crecen los problemas para mantenerlo. Resulta irónico que la mejora de la sanidad haya logrado un mundo de trabajadores longevos y que sea precisamente eso lo que amenaza con reventar el Estado del bienestar. El miedo al desempleo mantiene cualquier reforma de la edad de jubilación como una especie de rehén, pero es el desempleo el que pone en peligro las pensiones.

"El Estado del bienestar no está en crisis", dice el exministro socialista José María Maravall. "Lo que está en crisis es la lógica sobre la que fue creado, sobre un modelo de sociedad que ya no existe, con personas que empezaban a trabajar a los veinte años, cotizaban más de cuarenta y tenían una esperanza de vida de seis meses desde el momento en que empezaban a cobrar una pensión. Lo que hay es falta de ideas y de coraje para acabar con los grandes banqueros que se van al paro y cobran prestación los pensionistas multimillonarios que no pagan por las recetas". Para muchos analistas, la autocomplacencia de Europa se acerca a su fin. Hay que cambiar, hay que inventar, hay que reformar, pero nadie acierta decir qué y cómo.

La secretaria confederal de Empleo y Migraciones del sindicato Comisiones Obreras, Paloma López, se pregunta "cómo se puede precarizar aún más un país de mileuristas y trabajadores temporales". Y desde la utopía filosófica, el escritor y filósofo Fernando Savater plantea: "La sociedad no puede ser el circo romano donde unos privilegiados tienen seguro el palco cuando salen a la arena los leones; puede ser un casino, pero siempre que un mínimo de fichas esté asegurado a cada jugador como punto de partida y que nadie se vea obligado a empeñar su camisa mientras otros se juegan hasta la camisa de los demás. Nuestra sociedad se mueve en un círculo vicioso: entre una creciente desregulación de la legislación social que aumenta el nivel de una pobreza de la que es difícil salir, y una normativa rígida que frena la iniciativa privada, obstaculiza el reparto de trabajo y bloquea la posibilidad de actividades alternativas".

El problema

¿Pero cuál es el principal problema, la deuda pública o el paro? Mientras el Gobierno socialista de Rodríguez Zapatero hace equilibrios para garantizar los subsidios y los incentivos, para lo que necesita endeudarse y recaudar, la oposición se rebela contra las subidas de impuestos y clama por una política de alivio al empresariado, al tiempo que recuerda a diario, como un martillo pilón, los más de cuatro millones de parados. Ni uno ni otro se han atrevido nunca con la economía sumergida, salvavidas invisible que permite la paz social. La cosa está muy mal, pero si realmente hubiera cuatro millones de españoles sin nada que llevarse a la boca, las calles estarían llenas de barricadas.