El presidente de EEUU, George Bush, declaró junio el mes nacional de la propiedad de casas como una forma de reconocer la importancia de ser propietario de una vivienda e incentivar a los estadounidenses a primar la compra por encima del alquiler. La decisión de Bush se entiende en el contexto de la crisis inmobiliaria, pero la concienciación no es muy necesaria, ya que poseer una casa, junto a un coche, forma parte del ADN del estadounidense, hasta el punto de que un 70% de la población es propietaria de un inmueble.

Aunque solo fuera por eso, la actual crisis del mercado hipotecario y, en general, de la construcción --con la primera caída del precio desde 1929--, sería ya grave de por sí. Pero es que, además, arrastra a las bolsas y amenaza, según el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, el crecimiento económico.

Esta es la historia de una burbuja en un sector, el de la construcción, que supone el 5% del producto interior bruto (PIB) de EEUU. Todo iba fantástico en los primeros cinco años de la década. Un mercado laboral sólido daba a los consumidores poder adquisitivo. Los constructores construían y los precios al alza de la vivienda eran asumidos gracias a las hipotecas.

EL PEOR DE LOS CASOS En EEUU, las hipotecas financian el 80% de la vivienda. Así, saber que, en el peor de los casos eso es lo que habría que sufragar con la venta de la casa, daba tranquilidad a los compradores, ya que el alza continua de los precios aseguraba que se podría cubrir la deuda. Entre el 2002 y el 2004 empezaron a alzarse voces de que los tipos de interés subirían y los precios tocarían techo. Pero la construcción era uno de los motores del país.

Entre el 2005 y el 2006, cuando la burbuja ya se hinchaba a un menor ritmo, los bancos y las empresas crediticias empezaron a buscar nuevas formas de captar clientes. En el 2004, el entonces presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, recomendó nuevas formas de hipoteca que sustituyeran a las de tipo fijo, ya que así los consumidores ahorrarían. Nacieron así las denominadas hipotecas subprime, que se concedieron a manos llenas para sufragar la compra de primeras casas a clientes con un historial de crédito deficiente.

Hasta que se pinchó la burbuja. Para ello hizo falta una doble conjunción: que los precios subieran tanto que las hipotecas se convirtieran en losas y que aumentaran los tipos, lo que transformó las subprime en inasumibles. Ante esta tesitura, el titular de la hipoteca tenía tres opciones: refinanciar la deuda, vender la casa o convertirse en moroso. El aumento de casas de segunda mano y el miedo a comprar ha provocado este año una caída del 1,4% en el precio de la vivienda, el primer descenso desde la depresión de 1929.