Cuando la Casa Blanca tuvo que salir al rescate de las grandes corporaciones del país con dinero público fueron muchas las voces que criticaron la intervención hasta el hartazgo. Además de Wall Street, uno de los sectores más necesitados fue el del automóvil, que a finales del 2008 se encontraba prácticamente al borde del abismo. Dos de sus principales representantes, General Motors y Chrysler, recibieron en los meses siguientes más de 60.000 millones de dólares y terminaron declarándose en bancarrota poco más tarde para poder reestructurar su modelo de negocio.

Barack Obama fue durante meses blanco de las críticas por ese impopular rescate financiado por los contribuyentes. Se le acusó de disparar aún más el déficit hasta niveles nunca antes vistos. Ahora le toca el turno de ponerse las medallas. Hace un par de semanas realizó una minigira por tres plantas de GM, Chrysler y Ford para defender su apoyo a la industria de Detroit. En discursos plagados de exaltaciones nacionalistas, el presidente destacó que gracias a las ayudas al sector se salvaron más un millón de empleos.

Pero la sangría laboral en aquellos meses causó auténticos estragos en Detroit. Desde que estalló la crisis a mediados del 2008, GM y Chrysler dejaron sin empleo a más de 335.000 trabajadores. Casi dos años después se calcula que han incluido en nómina a 55.000 empleados, sobre todo después de que el verano pasado salieran de la bancarrota. Un saldo de 280.000 empleos perdidos. Además, por primera vez en mucho tiempo, los tres gigantes del sector están operando con beneficios y mejorando las ventas.

Un nuevo panorama del que a Obama le gusta presumir y que seguramente repetirá cuantas veces pueda de aquí a principios de noviembre, cuando se celebren las elecciones legislativas de mitad de mandato en las que las encuestas vaticinan que los demócratas van a perder posiciones en el Congreso y un auge importante de la oposición republicana. Se da por descontado que para esas fechas el presidente intentará seguir arañando votos defendiendo las ayudas de su administración para impulsar la recuperación económica.

CONTROL DEL TESORO Uno de los ejemplos que seguramente pondrá Obama es el sector del automóvil y probablemente para entonces se estará completado la primera fase de la operación para que General Motors vuelva a cotizar en Wall Street a través de una oferta pública inicial de venta de acciones, un paso trascendental para que los accionistas recuperen el mando de la firma que todavía controla el Tesoro. A partir del 1 de septiembre la dirigirá Dan Akerson en sustitución de Ed Whitacre. Toda la documentación se presentó el pasado miércoles ante el regulador del mercado estadounidense.

GM quiere quitarse de encima el estigma de estar bajo el mando del Gobierno. Hasta hoy ha devuelto unos 6.700 millones de dólares en préstamos. Para su rescate la inyección fue de unos 50.000 millones de dólares de los contribuyentes a cambio de los cuales el Tesoro pasó a controlar el 61% de las acciones de uno de los tres gigantes de Detroit. En la actualidad, el Gobierno cuenta con más de 300 millones de acciones de la empresa por las que los expertos estiman que debería recibir una media de 141 dólares por título para poder recuperar completamente su inversión.

La nueva GM operará en Wall Street y en la bolsa de Toronto previsiblemente a partir de noviembre. De momento no ha establecido un rango de precios para la venta de las acciones ni tampoco se ha aclarado a cuánto ascenderá la operación, pero The New York Times aseguraba ayer que la participación del Tesoro en el accionariado de la compañía se reducirá del 61% actual a un 20%. El primer objetivo es que tras la oferta inicial su porcentaje en la empresa quede por debajo del 50%.