Solo hay dos posibilidades: un durísimo sacrificio o la quiebra. Y la quiebra, simplemente, no es una opción. El primer ministro griego, el socialista Giorgos Papandreu, se plantó ayer delante de sus más de 11 millones de conciudadanos con este planteamiento, el plan de ajuste bajo el brazo, ya aprobado por su amplia mayoría parlamentaria, y una petición: contar con la paz social imprescindible para llevarlo a la práctica.

Con mayoría absoluta en el Parlamento, no había duda de que las medidas para ahorrar 30.000 millones de euros en tres años iban a salir adelante. El problema ahora es que crecen las dudas internacionales de que, desde su posición cada vez más aislada, pueda ejecutarlo. La oposición votó en contra, mientras unos 20.000 manifestantes convocados por los sindicatos asediaban la Cámara.

SOLEDAD DE LIDER "La votación es solo el comienzo. La aplicación se puede conseguir solo con la colaboración de las fuerzas políticas y la paz social", dijo Papandreu, tendiendo una mano que nadie quiso coger. "Seguiremos adelante, incluso si tenemos que andar solos", prometió. El líder del Ejecutivo se halla emparedado entre dos frentes en la batalla por la supervivencia del euro.

Y es que el 19 de mayo vencen 9.000 millones de deuda y, como advirtió el Gobierno, las arcas públicas no tienen liquidez para afrontar el pago. A Grecia no le queda más remedio que aceptar las condiciones impuestas por la UE y el Fondo Monetario Internacional para acceder a los 110.000 millones de euros en tres años que le evitarán caer en la bancarrota.

Los griegos, según las encuestas, admiten la necesidad de hacer sacrificios. El problema es que tienen la sensación de que todo el peso cae sobre sus hombros, mientras que quienes causaron la crisis han salido indemnes. La situación ha llevado a una escalada de tensión que se saldó el miércoles con tres muertos por asfixia al quedar atrapados en una sucursal bancaria atacada con cócteles molotov. El altercado provocó más de 50 heridos y 25 arrestados.