Un rasgo característico de los inversores, acentuado por la pertinaz crisis, es tener marcados en el calendario periódicos hitos que determinan su estado de ánimo. Y que, por la misma razón, les hacen contener el aliento en los días previos a su llegada.

Una vez superada la reunión del G-20 del pasado fin de semana, hay otro en el horizonte. El viernes se publica la primera estimación del producto Interior Bruto (PIB) de Estados Unidos del tercer trimestre. La expectación es enorme porque la primera economía mundial creció el 3,6% en los primeros tres meses del año, mientras que en el segundo se anunció inicialmente una subida del 2,4% que al final resultó ser del 1,6%. Más de lo esperado por los analistas (1,4%), pero desmotivante.

El consenso apunta a un crecimiento del 2% para el periodo comprendido entre julio y septiembre. Más que entre abril y junio, pero insuficiente para crear empleo. El auténtico problema, con todo, es que el rango de previsiones de los expertos va del 1% al 3,6%. Si el dato decepciona, el pesimismo vendedor puede acabar con los ánimos compradores de las últimas semanas. Y viceversa. Una prueba más de la dictadura de las estadísticas.

Como reconocía recientemente el presidente del Instituto Nacional de Estadística (INE), Jaume García, la información estadística tiene un "elemento de error o incertidumbre" y convendría no hacer un "uso excesivamente cerrado" de ella. Pero estas consideraciones no existen cuando uno se juega el dinero propio o el gestionado para otros. No siguen aquel principio de san Ignacio de Loyola de que "en tiempos de turbación, no hagas mudanza", sino todo lo contrario, y ayer optaron por las ventas. El Ibex 35 se dejó el 0,67% de su valor, hasta los 10.797,8 puntos. Menos que el resto de los grandes índices europeos, pero estos subieron en la víspera mientras el español bajaba. La apreciación del dólar también invitó a recoger beneficios. Hay que estar alerta.