Japón, que es todavía la segunda economía del mundo, tiene un escaso margen de acción para ayudar a reactivar la economía mundial. El país no ha hecho más que salir, tímidamente, de la crisis que desató a principios de los años 90 el fin de su propia burbuja inmobiliaria y que dejó a miles de familias, bancos y empresas en la bancarrota o en situación precaria.

El país tiene la deuda más grande del mundo y está inmerso en estos momentos en una agria discusión en la Dieta (Parlamento japonés) para prorrogar o eliminar el impuesto sobre la gasolina, que ahora sólo se puede usar para la construcción de carreteras y que funciona en gran medida como máquina de pagar favores políticos en zonas rurales.