La alta rentabilidad de los bancos islandeses, con un tipo de interés oficial que llegó a estar en el 18%, atrajo en los últimos años a una cifra de ahorradores muy superior a los 300.000 habitantes de Islandia, con un volumen de negocio financiero que multiplica por 10 el producto interior bruto de la isla. La quiebra del sistema obligó al Gobierno a tomar el control de la banca y negociar créditos internacionales.