No debe ser fácil ejercer responsabilidades de gobierno sintiendo continuadamente múltiples y discordantes voces de lo que se debe de hacer. Algunas, por próximas. Otras, por ansia de 'vendetta'. Pero este es el resultado de haber configurado la financiación autonómica sin principios claros, blindados, a raíz de un pacto (foedus) federal de verdad.

Queda así el clamor de una reivindicación permanente ante el Estado de quien tiene una necesidad de gasto mayor y merece mejor transferencia del padre-patrón. En esta disyuntiva bascula hoy el ministro entre el dinero que deba poner sobre la mesa para calmar los ánimos de un sistema caducado y sanear las deudas del pasado, hecho de mala conciencia por una financiación que se sabe no justa. Los del partido de Cristóbal Montoro, que o bien por seguir su recomendación de austeridad o por ser amigos suyos ya estaban mejor financiados, reclaman nula condonación o quitas de deuda, por aquello de no premiar al manirroto.

Los otros la exigen, porque es tradición sanear antes de aceptar un sistema nuevo y proclamar que no volverá a pasar. Es de manual que en el cortoplacismo político en el que estamos instalados el ministerio ponga poco dinero nuevo en la mesa (pese a que existen cálculos que proclaman una insuficiencia de financiación ordinaria nada menos que de 23.000 millones anuales) y así intente cumplir sus propios objetivos de déficit.

Y hoy promete, a cambio, liberar el coste financiero (deuda perpetua, reestructuración o quita de los 270.000 millones de deuda viva, de entre los 160.000 asumidos por el Estado), un gasto para las comunidades más endeudadas. Pero a tipos de interés actuales, ello no libera suficientes recursos ni permite que las comunidades autónomas puedan regresar a la ortodoxia de financiarse en los mercados en vez de dejarlo todo al albur de este “diosmelodió, diosmeloquitó” al que las somete el fondo de liquidez autonómica (FLA).

A largo plazo

Ciertamente puede ser importante en el futuro con intereses al alza; pero esto lo ven como algo a largo plazo por parte de un ministro que entonces ya no ejercerá y de un consejero que quiere gastar ahora y no mañana lo que hoy no tiene. Y burla los que no quieren ningún tipo de quita, ya que redimir su coste no deja de ser su derivada.

La financiación autonómica necesita un vuelco fundamental si tiene que ser pieza de reencaje y no incentivo al desencaje, por lo menos, de aquellas comunidades que tiempo ha sienten que se les está tomando el pelo. La regresión a la media de entre quienes aspiran a más autogobierno y de aquellos a quienes les sobra, o la recentralización por reducción al absurdo de una descentralización uniforme, sin sentido independiente de tamaño poblacional, capacidades y voluntades, supone una violación manifiesta del principio fundamental de la equidad al tratar igual a los desiguales. Sin este reconocimiento no se entrevé luz alguna saliendo del túnel ni solución al conflicto entre comunidades, azuzado por el propio ministerio por su incapacidad de proponer alternativas. Así continuará la imposición de un poco más de lo mismo.