Pocos términos no financieros han tenido tanto éxito como el de 'corralito'. A fuerza de repetirlo, culaquier ciudadano que oye la palabra corralito la equipara a la restricción de acceso a los propios ahorros y las operaciones financeras más habituales. La introducción de esta palabra se remonta a la Argentina de principios de siglo, cuando una fuerte crisis de deuda exterior del país llevó al Gobierno de De la Rúa a limitar el acceso a los depósitos bancarios.

Un periodista argentino de temas económicos, Antonio Laje, lo utilizó por primera vez. Primera precisión: un corralito no es un espacio donde se guardan animales. En Argentina se designa con esta palabra esos pequeños recintos donde se deja a un bebé que no anda para que juegue sin riesgo, aunque no puede salir de ahí sin ayuda. Es el conocido como parque entre las familias españolas.

Segunda y más importante. En Grecia no hay corralito porque para ello se necesitarían dos monedas y un tipo de cambio artificioso, que es lo que ocurrió en Argentinma entre el 2001 y el 2002.

DÓLARES Y PESOS

Para dar estabilidad al peso y evitar las fugas de capitales, se había establecido a finales de siglo la equivalencia, ¡fija!, de un dólar igual a un peso. Esa realidad puramente virtual hacía que los argentinos sintieran muy seguros sus depósitos, por poderlos disponer en dólares. Hasta que la cruda realidad del endeudamiento externo y la escasez de divisa norteamericana hizo trizas la ficción. En cuanto los argentinos lo intuyeron, empezaron a sacar sus “dólares/peso” y el Gobierno se vió obligado a restringir la disponibilidad, o sea, apareció el corralito.

¿Es lo que ocurre en Grecia? No, porque la moneda de los griegos es el euro y solo el euro. Y al revés que los argentinos, no quieren que haya otra. El fantasma de recuperación del dracma es la historia inversa a la argentina, que aparezca una nueva moneda menos estable que la actual, el euro. Por seguir con los paralelismos, tras el coralito argentino vino el corralón, que según la tradición del sector financiero de no llamar las cosas por su nombre, se llamó pesificación asimétrica. Y con esta magia un dólar pasó a equivaler a 1,40 pesos. Dicho en plata, metal muy argentino: devaluación del 40%.

DESDE EL SIGLO XVI

Así se entenderá mejor lo que intuyen los griegos: tras el corralito viene el corralón, y fuera del euro el nuevo dracma puede devaluarse, según explica José Carlos Díez en su ultimo libro ('La Economía no da la felicidad') hasta un 70% frente al euro.

Por lo demás, y pese a su pretensión de ser poco menos que la industria (¿?) más innovadora, estas ficciones financieras ya fueron descritas en el siglo XVI por sir Thomas Gresham, un financiero inglés que en sus misiones comerciales observó el comportamiento de los mercaderes a la hora de elegir la moneda de intercambio.

LEY DE GRESHAM

De manera consciente o no, se sabía que había monedas buenas y monedas malas. Y que, paradójicamente, antes se utilizaba la mala que la buena, lo que acabó acuñando la hoy concoda como ley de Gresham: "cuando hay dos monedas, la mala desplaza la buena en el uso común". Un ejemplo habitual es cuando se va de turismo a países exóticos cuya moneda local es necesaria para comprar objetos o pagar servicios. La tendencia es guardar los dólares (la buena) y desprenderse primero de la moneda local (la mala). De ahí que los comerciantes locales intenten también hacer tratos en dólares… que se guardarán y devolverán el cambio en moneda local.

Los griegos lo que temen es el corralón. Con el corralito actual no corren ningún riesgo, son euros.