Desde su primera rueda de prensa en Chicago el 7 de noviembre, tres días después de ser elegido presidente de EEUU, Barack Obama ha insistido públicamente en que no puede gobernar, ni siquiera pronunciarse como un gobernante, mientras su antecesor, George Bush, siga en el cargo y él no tome posesión el 20 de enero. Ha mantenido esa postura y su silencio incluso ante la explosión en Gaza de la mayor crisis política y humanitaria internacional. Pero hay un problema ante el que no ha querido esperar: la crisis económica.

Ayer Obama rompió definitivamente las reglas. Llevaba haciéndolo varios días, buscando apoyos para su plan de estímulo económico en reuniones con congresistas y en encuentros con la prensa. Pero ayer lo hizo en su primer gran discurso público, en el que pintó un crudo retrato de la situación y de los riesgos de una recesión duradera; denunció con firmeza una "era de profunda irresponsabilidad que iba desde los despachos directivos de las grandes empresas a los pasillos del poder en Washington" y realizó una apelación a los ciudadanos, inversores y a los congresistas a apoyarle en la adopción de "acciones drásticas".

Aunque la intervención en una universidad de Virginia contenía algunas propuestas concretas --como doblar las energías alternativas en tres años e informatizar todos los informes médicos en cinco--, fue un discurso lleno de generalidades y, ante todo, filosófico.

Defendió, por ejemplo, que "solamente el Gobierno puede romper los ciclos viciosos que están incapacitando la economía y prevenir el fallo catastrófico de las instituciones financieras". Y aunque intentó inyectar confianza alentando el patriotismo, no eludió el uso de las más dramáticas alertas. "No creo que sea muy tarde para cambiar de rumbo, pero lo será si no emprendemos acciones dramáticas tan pronto como sea posible. Si no hacemos nada, esta recesión podría perdurar años", alertó.