Gobernar centra, erosiona, erotiza y convierte en mesías a muchos individuos. Es conocido. Pero no parece el caso de Lula. A punto de cumplirse 100 días desde que el presidente brasileño rige los destinos de su país ya suma tantas adhesiones (quienes más desconfiaron de él dentro y fuera de Brasil) como detractores (muchos de los que le auparon ilusionados al poder).El poder financiero mundial intenta deslumbrarle con halagos, agregar a su pragmática causa a quien iluminó de ilusión las favelas. Una luz que no debiera impedirle ver la miseria y el hambre de los compatriotas.