Hace un año se producía un hecho que parecía imposible por insólito: la victoria electoral de Donald Trump. Desde su llegada a la Casa Blanca en enero de este año el multimillonario ha demostrado lo totalmente inadecuado que es para ocupar el máximo puesto institucional de EEUU y, sin embargo, si hoy hubiera nuevas elecciones, aquellas bases que lo auparon a la presidencia le darían una nueva victoria que le mantendría en el 1.600 de la avenida Pensilvania de Washington.

Su populismo, sus exabruptos, todos los escándalos que rodean su administración -el mayor, el Rusiagate- con constantes cambios entre los altos cargos, la total confusión entre lo público y lo privado, las mentiras, el defender una cosa y la contraria según le interese en aquel momento, todos estos aspectos negativos de su gestión no han hecho mella ni en buena parte del electorado, ni siquiera en su partido, el republicano, incapaz de alzar la voz contra los desmanes verbales y la política errática del presidente.

Trump heredó una situación económica que salía de la grave crisis iniciada en el 2008. Hoy aquella mejora sigue progresando hasta alcanzar el crecimiento de un 3% mientras Wall Street vive alzas históricas. Si aquella fue una excelente herencia que le dejo su antecesor Barack Obama, Trump se ha dedicado en estos diez meses de presidencia a derribar o socavar todo el resto del legado de su antecesor, ya sean medidas para el control de armas, la apertura a Cuba o el acuerdo nuclear con Irán. El Obamacare, la ley de protección sanitaria que el magnate convirtió en la bestia negra, se le ha resistido, pero las reformas introducidas la han laminado hasta dejarla irreconocible.

El presidente ha optado por el aislacionismo abandonando los foros de encuentro y discusión, como la ONU o el G-20, ha sido desdeñoso con la OTAN y ha ninguneado a la UE rompiendo la política de relaciones con el resto de mundo tejida durante décadas, pero tampoco la ha sustituido por otra. Estados Unidos se comporta de forma errabunda en el tablero mundial y esto es un peligro para su país, pero también para el resto del planeta. Su actitud verbalmente agresiva hacia el matonismo de Corea del Norte es la máxima demostración. Trump es un problema, pero la verdadera cuestión está en la sociedad estadounidense que lo tolera y acepta.