En un acto que pretendía ser austero para evitar cualquier viso de normalidad, Quim Torra tomó posesión como presidente de la Generalitat sin citar ni la Constitución ni el Estatuto de Autonomía. Torra será un presidente, por confesión propia, provisional en tiempos excepcionales. Son sin duda tiempos anormales, con el expresidente Puigdemont en Berlín, varios exconsejeros en Bélgica y Escocia, y otros en prisión, al igual que Jordi Sànchez y Jordi Cuixart. Son tiempos de 155 y de grave crisis institucional. Es cierto. Pero no por ello hay que perder el sentido de la institucionalidad, porque las instituciones representan por igual a todos los ciudadanos. Por eso, la toma de posesión exprés de Torra, en cinco minutos, sin discurso, sin invitados, sin ni siquiera el tradicional medallón, fue el primer error del presidente catalán.

Una toma de posesión no es un acto privado, sino un acto institucional que representa a todos los catalanes. Como dijo Torra al prometer el cargo, el presidente se debe a la voluntad del pueblo de Cataluña representado en el Parlamento automómico. No a la mitad del pueblo catalán, no a quienes quieren reinstaurar a Puigdemont y, por supuesto, no a su antecesor en el cargo. Como todo presidente, Torra tiene derecho a aplicar la política de la mayoría parlamentaria que lo sustenta. Pero institucionalmente representa a todo el pueblo de Cataluña al que tanto apela en sus discursos. En su acto de posesión, demostró que declina esta función institucional.

Con la toma de posesión de Torra, y a falta de que se haga pública la composición de su Gobierno, la intervención de la autonomía a través del artículo 155 de la Constitución llega a su recta final. Mariano Rajoy reiteró ante Albert Rivera que cuando el nuevo Ejecutivo catalán empiece a ejercer se retirará la intervención de la autonomía a no ser que vuelvan a darse ilegalidades.

Hace bien Mariano Rajoy, con el apoyo del líder socialista, Pedro Sánchez, en resistirse a la extensión de la intervención que le reclama Ciudadanos. La situación es lo bastante compleja, y la crisis suficientemente profunda, como para dejarse llevar por impulsos electoralistas. Urge actuar con responsabilidad y altura de miras, y enterrar, en Madrid y en Barcelona, los impulsos, las bravuconadas y la demagogia. Con el nuevo Gobierno, se abre una nueva etapa en Cataluña. Cabe exigir que se aproveche pensando en el bien común.