A ver si se enteran que estamos en el siglo XXI», se lamenta Daniel Serrano, condenado por un delito contra los sentimientos religiosos por haber publicado en redes sociales un fotomontaje de su rostro en el de Jesús «en un manifiesto desprecio y mofa con propósito de ofender», según el escrito de la Fiscalía. Y es cierto que casos como el de Serrano se acumulan últimamente hasta el punto de abrir un debate sobre la imposición de unos límites restrictivos a la libertad de expresión que no casan con una sociedad moderna y avanzada. Son numerosos los juristas que alertan de un retroceso en las libertades a lomos de una interpretación muy restrictiva de los delitos de odio hasta el punto de que en ocasiones parece que hace varias décadas era más sencillo criticar, zaherir o ridiculizar según qué asuntos de lo que es hoy, ya sea la religión católica o temas social, política y humanamente tan delicados como el terrorismo y sus efectos.

En estos tiempos en los que las redes sociales han convertido a aquellos ciudadanos que así lo deseen en emisores de mensajes que potencialmente pueden alcanzar unas asombrosas audiencias, la conversación pública es más ruidosa que nunca. Es cierto que en las redes se pueden encontrar a diario numerosos ejemplos de un mal uso de la libertad de expresión: insultos, amenazas, abusos, etcétera. Pero la necesaria lucha contra este tipo de mensajes no puede servir de excusa para limitar la sátira, el humor y la crítica, por muy soez que sea. El mal gusto no es ni debe ser un delito. La injuria, la difamación y el odio sí lo son y como tal así están tipificados. Abusar de la figura del delito de odio más allá de la protección de las minorías, perseguir la sátira de los usuarios de las redes sociales, intentar amordazar en definitiva las críticas no es tolerable y debe ser denunciado. La libertad de expresión es uno de los pilares de las sociedades democráticas. Discutir sobre sus límites no debería ser un tabú, ya que las sociedades evolucionan y con ellas lo que es considerado permisible o no. Pero esto no significa que se deba bajar la guardia ante intentos de amordazar la crítica. Que hoy, cuando en las redes campan el racismo o el machismo con impunidad, sea delito un fotomontaje con la imagen de Cristo nos retrotrae, efectivamente, a épocas rancias ya superadas.