Se acabó lo que ahora resulta haber sido un espejismo, el de la distensión nuclear acompañada de la eliminación a largo plazo de las armas atómicas. El mundo se dispone a revivir una época en que la estrategia de la destrucción mutua asegurada ponía al orbe al borde de una catástrofe nuclear, pero, al mismo tiempo, el riesgo descomunal que ello suponía aseguraba que nadie osara apretar el botón. Por el contrario, ahora el riesgo parece mucho mayor. Ya no es un duelo a dos, como ocurría durante la guerra fría entre EEUU y la URSS. Ahora es multipolar. Con Trump, Washington ha cambiado su postura al respeto anunciando la nueva Estrategia de Seguridad Nacional y la Revisión de la Posición Nuclear, documentos que amplían el uso del arsenal y señalan a Rusia y China como rivales. Estrategias así tienen el efecto de promover la proliferación nuclear al obligar a los países señalados a ampliar su arsenal, de modo que la escalada está servida. También está el verso suelto de Corea del Norte, país que desarrolla su programa nuclear sin freno y con la incertidumbre que plantea un país con un liderazgo imprevisible. Otro interrogante es el uso que en este contexto puedan hacer países poseedores de dichas armas como Israel, India y Pakistán. El mundo no necesita más armas atómicas. Necesita la defensa encendida del diálogo y la cooperación.