Israel, el país que creó la llamada doctrina de la ambigüedad nuclear (no sabe, no contesta nada sobre su arsenal, ni deja a los inspectores internacionales acercarse a su central nuclear), ha acusado a Irán de desarrollar un programa nuclear secreto y de mentir a la comunidad internacional. El contexto es conocido: el 12 de mayo, Donald Trump debe tomar una decisión sobre el tratado que firmó su antecesor, el demócrata Barack Obama, y que apaciguó los tambores de guerra entre Washington y Teherán. Israel jamás estuvo a favor de ese tratado (Netanyahu incluso hizo lobi en el Congreso de EEUU para que no fuera aprobado, lo cual enfureció a la Administración Obama) porque no evita el riesgo de que Irán sea una potencia regional. De hecho, en la complicada geoestrategia de Oriente Próximo, Israel (con aliados como Arabia Saudí) e Irán son las dos grandes potencias de la zona, luchando a través de intermediarios en terceros países. Con su denuncia (que en realidad lleva años repitiendo) Netanyahu no tiene en mente ni la paz mundial ni el peligro de una escalada nuclear. Tel-Aviv quiere ser el único gallo en el gallinero en un momento en que por aciertos propios y errores ajenos (sobre todo de Washington) Irán es la potencia regional de referencia en Bagdad, Damasco, Beirut y Saná. Todo indica que Trump decidirá romper el tratado nuclear, lo cual llevaría a la región a un escenario incierto y muy peligroso.