La recogida, embalaje y traslado de los bienes procedentes del monasterio oscense de Sijena que se encontraban en el Museo de Lérida resulto ser, finalmente, una operación mucho menos problemática de lo que cabía suponer. El retorno se saldó con éxito y dejó una impresión de relativa normalidad. Apenas doscientas personas expresaron su protesta por la ejecución de una sentencia judicial que no dejaba dudas en cuanto a su naturaleza y justificación. El habitual revuelo y victimismo independentista catalán fue más ruidoso que convincente. No fueron pocos los dirigentes del secesionismo, incluidos algunos vinculados a la gestión cultural, que hablaron del tema de acuerdo con sus habituales clichés, dejando la sensación de que ni siquiera conocían bien el asunto.

El éxito, en buena medida, fue obra de una planificación cuidadosa y eficaz a cargo del propio departamento de Cultura del Gobierno aragonés, cuya titular, Mayte Pérez, ya había ofrecido al juzgado de Huesca garantías de que el transporte de los bienes estaba dispuesto. No se trataba de una mera suposición: cada objeto ya había sido estudiado y dispuesta la forma de moverlo.

El caso de los bienes de Sijena, al que es inevitable vincular el de otras piezas procedentes de parroquias del Aragón Oriental retenidas en el Museo de Lérida, nunca ofreció demasiadas dudas. La reacción del nacionalismo catalán y por extensión de numerosas instituciones de la comunidad catalana no solo ha sido exagerada siempre, sino basada en argumentos falsos. La aplicación de una providencia judicial precedida de sucesivas sentencias en idéntico sentido no tiene tanto que ver con el artículo 155 y la situación política actual como con el elemental principio de que una obra de arte no puede ser desgajada del lugar en que fue creada vendiéndola a escondidas.

Ahora es el momento de poner en valor las piezas recuperadas. Y sería bueno hacerlo desde la unidad de los aragoneses, sin oportunismos políticos, sin olvidar que este contencioso ganado merced a la colaboración de todos y que nadie debería usarlo como arma arrojadiza contra otros. Por la misma razón, ojalá llegue un día en el que el acerbo histórico-artístico aragonés y catalán, tan próximo en muchos aspectos, pueda ser mostrado y estudiado en su conjunto, mediante acciones concertadas entre ambos territorios. Que la colaboración releve a la disputa.