Con la caída del muro de Berlín el capitalismo se alzó como el gran vencedor de una guerra que había sido fría en términos estratégicos, pero ideológicamente muy caliente. El comunismo fue enviado a la papelera de la historia y con él, el marxismo, la teoría económica en la que aquel se había sustentado aunque lo hubiera hecho distorsionándola hasta el extremo. Sin embargo, gracias a los desmanes cometidos por la ortodoxia neoliberal que la crisis empezada en el 2008 ha puesto de manifiesto, y también a las renuncias de la socialdemocracia, descubrimos que la obra de Karl Marx, su crítica del capitalismo, es un buen instrumento para analizar qué nos pasa. El pensador alemán escribió El capital y el Manifiesto comunista en un momento de la historia en que no existía una economía redistributiva, las diferencias entre pobres y ricos eran abismales y los estados no ofrecían un colchón social. Hoy se supone que esta situación se ha superado, pero nuestra sociedad tolera la existencia de parados, pensionistas que no llegan a fin de mes, precarios, jóvenes uberizados o kellys en situaciones de explotación que recuerdan la época de Marx y su teoría de la lucha de clases. Cuando el Banco Mundial apunta que el 1% posee el 83% de la riqueza y que el 56% vive con menos de 8 euros al día está claro que el análisis sirve. Hasta Warren Buffet, segunda fortuna del mundo, asegura que el conflicto existe: «Hay lucha de clases y es la mía, la de los ricos, la que va ganando».