Cuentan de un candidato gallego del Partido Popular que, hace pocos años, soltó un mitin sobre las cosas del pueblo y, cuando acabó, presentó al orador que venía de Ourense diciendo: "Ahora, el compañero os va a hablar de política".

¿Cómo se las apañan cada vez para hacer que los mensajes reconocibles para el acto concreto de votar en elecciones municipales y autonómicas no queden desfigurados por los viajes que se le tiran al contrario?

Zapatero hizo su acto en Vitoria pensando solo en grande, en la negociación del proceso, que son dos términos cada vez más vagorosos y ajenos a la realidad. Y luego, sus candidatos en cada sitio intentaban darle a la cosa un lustre casero para que los electores se excitaran.

El colmo, desde luego, fue Madrid, donde Miguel Sebastián y Rafael Simancas se calaron una gorrilla de Isidro, se pusieron una chaquetilla corta y un pañuelito y posaron con una rosquilla en la mano. Con eso, ya sabe todo el mundo que son de Madrid y que van a hacer lo mejor por la comunidad y la villa. ¿De veras se cree algún responsable de imagen que ponerse de semejante guisa proporciona algún sufragio? Pero esa enfermedad no es privativa del PSOE. La presidenta se presentó en su mitin ataviada con el uniforme de chulapa, eso sí, con los colores del PP.

La ciudad de Madrid tiene cuatro millones de habitantes, de los que unos 250 se visten de eso. Y, como es lógico, se trata de gente ensimismada, incapaz de manejar un ordenador y de mirar más allá de sus narices. El chotis, que es un baile de origen escocés, es su mayor habilidad. Eso, y hablar con un cierto rompimiento intersilábico que carece de toda gracia, pero les hace mucha. Pues ayer perdieron todo el día los candidatos, como si no tuvieran otra cosa que hacer que mancharse los dedos con una de las menos finas reposterías que puedan imaginarse.

Eso lo manejan bien los de Batasuna en el País Vasco. Una madre que perdió a su pobre hijo asesino en una refriega pide el voto para una candidatura que reprueba la violencia. Ahí se entiende todo. Y los clientes votan a ANV, sobre cuya inocencia no tenemos ninguna sospecha. La tiene Pernando Barrena, desconfiado, que les vota.