Todas las encuestas que se elaboraron previamente a las elecciones generales dieron como ganador a Rodríguez Zapatero. No se equivocaron. El PSOE ha ganado los comicios del 2008, pero no como los socialistas hubieran deseado. Sabor agridulce sin duda, aunque lo disimulen.

Conseguir en torno a cinco escaños más, sin lograr la mayoría absoluta, después de gobernar cuatro años, puede saber a poco, aunque se haya revalidado la victoria del 2004. Es la primera vez que un presidente que concurre a su segunda cita electoral obtiene un resultado ciertamente exiguo para sus aspiraciones. Felipe González revalidó su mayoría absoluta y José María Aznar la alcanzó tras su primer mandato. El PP también ha subido en escaños. Prácticamente los mismos que el PSOE, pero insuficientes para desalojar a los socialistas de la Moncloa, después de desplegar durante cuatro años la estrategia más apocalíptica y catastrofista jamás recordada en nuestra reciente democracia. Pese a esta política de acoso y ruina total de la derecha, Zapatero seguirá siendo el presidente del Gobierno en la próxima legislatura.

Sin embargo, estos resultados permiten hacer una lectura política clara: se refuerza el sistema bipartidista en España con los dos grandes partidos nacionales muy destacados. Por detrás, dos partidos nacionalistas obligados a ir por la senda de la moderación, como son PNV y CiU, que tienen un estable contingente de votos y les convierte a priori en apoyos lógicos y leales de un futuro gobierno, bien mediante acuerdos puntuales o bien de legislatura.

Con ese apoyo claro al bipartidismo, lo que los españoles esperan también es que el PSOE y el PP, que han aglutinado el 90% de los votos y de los escaños, se pongan de acuerdo en materias básicas que afectan a la gran mayoría de los ciudadanos. Es tarea de ambos.

El PP de Rajoy debe ser consciente de que por la vía de la crispación que ha inoculado en la vida política es difícil que consiga sus objetivos. Y el PSOE de Zapatero debe hacer su autocrítica y mirar de reojo a los millones de votos de la derecha para los que está obligado a gobernar y a no ignorar. Ambos deben introducir en la sociedad más sosiego y confianza.

En los extremos políticos, los resultados suponen una debacle para la izquierda y para la mayoría de las formaciones nacionalistas. Dos botones de muestra. Por un lado, Izquierda Unida ha sufrido un durísimo castigo por su división interna. Por lo tanto, Llamazares hace bien en irse antes de que IU sea enterrada. Y, por otro, Esquerra Republicana de Catalunya que, con una actuación errática y en ocasiones disparatada en los foros nacionales, ha perdido nada más ni nada menos que cinco diputados.