Tanto afán de venderse como moderado, tantas llamadas a los socialistas desencantados y tanto "aquí cabemos todos", que a Mariano Rajoy se le fue la mano. En su cierre de campaña en Toledo, el presidente del PP recurrió a uno de los lemas empleados por José Luis Rodríguez Zapatero desde que accedió al liderazgo del PSOE en el 2001. Rajoy auguró para España "un cambio tranquilo" y le añadió la coletilla de "imparable". Quiere hacer de España "un país normal".

Aunque los responsables de la campaña aseguraron que la promesa del cambio tranquilo la hizo antes José María Aznar y que es "un clásico" porque transmite seguridad, Rajoy quiso decir que, si el PP triunfa, no habrá sobresaltos. No se refería solo a un cambio en Castilla-La Mancha, donde se encontraba. Volvió a hablar de "cuando sea presidente". En ese supuesto, para hacerlo bien, basta "con tener claras unas cuantas cosas". A saber: que España es una nación y que con los terroristas no se negocia.

Rajoy opuso sus ideas a las de Zapatero, básicamente en materia de política terrorista. Dijo que, con el PP, Iñaki de Juana Chaos estaría "donde le corresponde, en la cárcel"; Arnaldo Otegi "sería juzgado como cualquiera que comete un delito", y Batasuna "no se presentaría a las elecciones porque no estaría en listas electorales".

El suyo sería un gobierno "sensato y previsible" en comparación con el socialista, que lo hace todo "a salto de mata". El líder conservador prometió una política exterior "propia de una democracia avanzada", y "genialidades", las justas. "No pido el voto para derrotar a nadie", clamó, olvidándose de que se trata de desalojar a los socialistas del poder. Aun así, Rajoy quiso convencer a los que le escuchaban de que ha recorrido un largo camino desde el 14 de marzo del 2004 y que ha conseguido que el PP se sobreponga a aquella debacle electoral.

Rajoy había invitado personalmente a Aznar, con un lugar reservado en primera fila. Pero esta vez sin derecho a hablar.