El paso al frente que ayer dio Mariano Rajoy revela una presencia de espíritu poco compatible con algunas de las actitudes que ha mantenido en los últimos cuatro años. Designado a dedo por José María Aznar y luego derrotado en las urnas, al presidente del PP le ha faltado legitimidad para imponer su autoridad en el partido. Pero los resultados del 9-M, con un aumento en votos y escaños, y el congreso de junio, sobre todo si tiene un adversario y lo doblega, lo refuerzan para afrontar los tres grandes retos que el PP aún tiene pendientes.La moderación: El giro que dio al PP mayoría absoluta.

Colaborador de Aznar desde principios de los 90, Rajoy hizo gala de un talante moderado tanto en la oposición como en el Gobierno. Fiel reflejo de ese perfil centrista fue el primer mandato de Aznar, que, atemperado por los pactos con CiU y PNV, tuvo como exponente la tarea de Josep Piqué como portavoz del Gobierno. Un espíritu moderado que, no por azar, en el 2000 brindó al PP de Aznar la mayoría absoluta y un récord en Cataluña: 15 diputados.

Tras el cuatrienio negro de Aznar, marcado por la guerra de Irak y el 11-M, la elección de Rajoy como sucesor alimentó la esperanza de que el PP iniciara otro giro centrista. No fue así. El líder del PP puso todo su empeño en evitar que la inesperada derrota electoral dinamitara la unidad del partido, pero, demasiado débil como para imponer sus tesis, lo hizo a costa de satisfacer al ala más dura.

Si gana el próximo congreso, y con la legitimidad que le otorgan sus resultados del 9-M, ahora Rajoy tiene la oportunidad de reanudar ese viaje al centro suspendido hace ocho años. Sin renunciar a sus principios, el líder del PP puede enterrar la estrategia de la crispación y abrir una etapa de leal oposición al Gobierno que, no exenta de críticas, propicie un mayor entendimiento en temas de Estado como la lucha anti-ETA.

La renovación: Un equipo que rompa con el aznarismo.

En octubre del 2004, aún recientes las heridas de la debacle electoral, Rajoy se presentó en el congreso del PP como candidato a la presidencia con un equipo que mezclaba a representantes de la vieja guardia aznarista --entre ellos, él mismo-- y nuevos valores menos vinculados al expresidente del Gobierno. Hubo una cierta renovación --Soraya Sáenz de Santamaría, Ana Pastor, Gabriel Elorriaga, Pío García-Escudero--, pero solo en la sala de máquinas.

En el puente de mando siguieron quienes del 11 al 14 de marzo sembraron dudas sobre la autoría de la masacre de Madrid: los exministros Angel Acebes, como secretario general, y Eduardo Zaplana, como portavoz en el Congreso. Dos políticos marcados por un mismo estigma que ha impedido que el PP, como deseaba Rajoy, pasara página del 11-M y mirase al futuro. Así, el partido se ha enredado en unas teorías conspirativas sobre la masacre al fin desautorizadas por la justicia.

Dictada sentencia, en los tribunales y en las urnas, si Rajoy quiere consolidar su alternativa debe completar la renovación interna que dejó a medias en el 2004. Las facturas que le dejó su mentor han quedado pagadas. Las presiones: La ruptura con los popes mediáticos.

Para evitar una espantada de su electorado, Rajoy ha permitido que los aglutinantes de ese voto sean la COPE y su locutor estrella, Federico Jiménez Losantos. Un ultraliberal, nostálgico de Aznar y afín a Esperanza Aguirre que cuestionó el primer triunfo de Zapatero y que en antena llamó "maricomplejines" a Rajoy cuando no fue tan agresivo con el Gobierno como él le exigía. De modo más sutil, pero no menos efectivo, también El Mundo ha ejercido todo su poder de presión para que el PP abonara sus intereses editoriales, hasta el punto de lograr que diera eco parlamentario a algunas de sus fabulaciones sobre el 11-M y las supuestas lagunas de la investigación policial. Este seguidismo, encabezado por el grupo que dirige Zaplana en el Congreso, ha pasado factura al PP, pues la sentencia del 11-M desmintió tanto los bulos como a quienes les dieron crédito. Incluido Rajoy, que llegó a plantear la anulación de la causa que luego condujo a la condena de los autores de la masacre.

El presidente del PP ha tolerado vejaciones radiofónicas e imposiciones editoriales para garantizarse apoyos mediáticos en su carrera electoral. Ahora, cuando incluso esos popes lo han dado por amortizado, debe reivindicar la autonomía de la que ha carecido durante los últimos cuatro años.