José Luis Rodríguez Zapatero ganó ayer las elecciones de forma rotunda e incontestable. No hubo empate técnico aunque tampoco mayoría absoluta. Con 169 escaños en el Congreso y más de 11 millones de votos, el PSOE se mantiene como primera fuerza política en España. El PP, perdedor, logró, pese a todo, incrementar el número de sus diputados (de 148 a 154) y el de sufragios. Tal vez por eso Rajoy despidió ayer el día con un discurso que amagaba su retirada sin llegarla a concretar. El 9-M deja un panorama político marcado por el bipartidismo, pero también por la necesidad de pactos poselectorales para gobernar una España dividida ideológica y territorialmente.

Zapatero lo ha conseguido. Después de una legislatura terrible, sometido a un desgaste sin precedentes, ha logrado cinco diputados más. El ahora presidente en funciones se mantendrá sin problemas en la Moncloa, y anoche pudo percibirse, en la misma calle Ferraz de Madrid, hasta qué punto la victoria le hace feliz.

Las razones del nuevo triunfo socialista son evidentes: ha logrado atraer como nunca los votos de la izquierda social; una izquierda que ha dejado plantadas esta vez a las opciones minoritarias (IU, ERC, Chunta Aragonesista) para acudir a reforzar al líder del PSOE y evitar un empate o un eventual éxito de la derecha.

Es evidente que el PP ha amarrado a sus votantes, los ha fidelizado hasta el extremo e incluso ha logrado incrementar su cifra, pero ha perdido las elecciones. ¿Hubiese ganado con una actitud más moderada y una campaña menos amenazadora? Puede ser, aunque entre los conservadores existe la certidumbre de que, sin crispación, los socialistas estarían ahora celebrando... su mayoría absoluta. A saber.

Ideología... y territorio

Hay un fenómeno significativo: los dos grandes partidos ganan terreno y se hacen más y más fuertes en las comunidades que ya gobiernan. Cataluña, Andalucía o Aragón para los socialistas; Comunidad Valenciana, Murcia o Madrid para los populares. El PSOE se afianza en la periferia y entra de nuevo a disputarles el terreno a los grandes partidos nacionalistas. Tal fenómeno se ha percibido de forma especialmente notable en el País Vasco. Allí, los socialistas han ganado en las tres provincias y han sacado una neta ventaja al PNV. También en Canarias se notó que el PSOE sigue ganando terreno.

IU está en su momento más bajo. Gaspar Llamazares anunció durante la misma noche del recuento que no se presentará a la reelección como coordinador de la coalición, lo cual significa de hecho su retirada, puesto que el puesto citado debe renovarse dentro de poco. Otras opciones políticas han sufrido también los efectos del bipartidismo. Esquerra Republicana perdió nada menos que cinco diputados y, al igual que Izquierda Unida, se queda sin la opción de poder formar grupo parlamentario propio. En esta legislatura, el Grupo Mixto lo será más que nunca.

¿Qué hará Rajoy?

Sin mayoría absoluta, al PSOE le hará falta el apoyo de siete diputados adicionales para poder controlar las votaciones en el Congreso. ¿Qué diputados? Ahí está el quid de la cuestión. Existen varias combinaciones posibles, y una bastante obvia: CiU. Con 10 escaños en su haber, los catalanistas pueden ser garantía de estabilidad. Pero Zapatero, en su primera y triunfal intervención tras la victoria, no dio pistas al respecto. Era demasiado pronto.

El líder socialista habló anoche con la alegría reflejada en el rostro, aunque manteniendo un discurso elusivo y abierto. Su oponente de estos cuatro años, Rajoy, se asomó al balcón de la calle Génova también muy contento (aparentemente). Prodigó los agradecimientos, los parabienes y en algún momento pareció que quería decir algo más, algo relacionado con su futuro. Sin embargo, prefirió despedirse sin más de sus seguidores. Allí se quedaron, vociferando gritos de guerra ("¡Zapatero embustero!", "¡A por ellos, oé") y presas de una extraña tensión que a punto estuvo de derivar en incidentes.

Hay teorías para todos los gustos, pero la práctica señala que en estas lides no existen ni las victorias amargas ni las dulces derrotas. El PP ha jugado un partido sin contemplaciones, y tal dureza solo podía quedar justificada con una victoria; aunque fuese por la mínima. No ha sido así. Rajoy y su equipo de esta temporada (incluidos rutilantes fichajes de última hora) deben hacerse a la idea de que los próximos cuatro años no pueden ser una mera continuación de los que ya hemos vivido. Quien ha sido derrotado en las urnas debe aceptar de una vez el veredicto y actuar con lealtad.

Estrategia fallida

Los días que han de venir contemplarán múltiples debates sobre el significado de lo sucedido en la jornada de ayer y sobre sus causas. Hay un hecho evidente: la estrategia del PP fracasó. La participación en las votaciones fue al final muy similar a la del anterior proceso electoral (algo mas del 75%) y los simpatizantes de la izquierda e incluso del centroizquierda no se quedaron en casa, como esperaba el estratega conservador Gabriel Elorriaga. En este plan, la derecha no tenía opciones.

Hay que reseñar un fenómeno que por ahora no va a pasar de lo anecdótico. UPyD, la marca electoral de Rosa Díez, obtuvo un solo diputado por Madrid. No cabía esperar mucho más. Se ha demostrado que lanzar nuevos partidos no es fácil. Como se vio ayer, 9 de marzo, una cosa es la voluntad y otra, la realidad.