A lo largo de más de 30 años Hayao Miyazaki, cofundador y cabeza visible del estudio de animación japonesa Studio Ghibli, nos ha dado acceso a algunos de los mundos y criaturas más deliciosamente extraños de la historia del cine. Por eso, es comprensible que algunos fans de Ghibli reaccionaran con desconcierto al saber que la nueva película del maestro iba a ser el biopic de un ingeniero aeronáutico. En el diseño de aviones poca cabida hay para aprendices de bruja como la de Kiki's delivery service (1989), espíritus forestales como los de La princesa Mononoke (1997) y niñas-pez (Ponyo en el acantilado , 2008). Su inquietud se convirtió en desolación cuando, a principios de septiembre pasado, Miyazaki anunció que El viento se levanta , la nueva obra --estrenada recientemente en España--, será la última de su carrera. "Pasaron cinco años entre mis dos últimas películas. La siguiente no la podría estrenar hasta dentro de seis o siete años, yo ya tendría casi 79 años y estaría agotado", comentó.

En realidad la 11 película de Miyazaki combina la biografía de Jiro Horikoshi, que diseñó uno de los más mortales aviones de combate usados en la segunda guerra mundial, con la de Tatsuo Hori, que en su novela The wind has risen (1937) cuenta la historia de una niña tuberculosa que murió de esa misma enfermedad en 1953. El resultado es una historia de amor tierna y maldita situada durante las dos décadas posteriores al final de la primera guerra mundial, entre algunos de los capítulos más lamentables de la historia de Japón: la agobiante depresión económica que afectó al país y concienció al Gobierno sobre el potencial militar de la industria de la aviación; el devastador terremoto de Kanto de 1923, que mató a 140.000 personas, y una epidemia de tuberculosis que, en la película, acaba jugando su papel en la relación entre Horikoshi y su esposa, Nahoko. En todo caso, para un poeta visual como Miyazaki, hasta la tragedia es una ocasión para la belleza. Las imágenes de El viento se levanta son apabullantes.

La fascinación de Miyazaki por los artilugios voladores, reales o imaginarios, viene de lejos. Dos de sus películas previas transcurren alrededor de fantásticas residencias aéreas --El castillo en el cielo (1986) y El castillo ambulante (2004)--, y Porco Rosso (1992) no solo tiene como protagonista a un as italiano de la aviación que se transforma en un cerdo, también incluye un personaje basado en el pionero de la aviación italiana Giovanni Caproni, que vuelve a aparecer en El viento se levanta : convertido en una especie de guía espiritual, visita a Horikoshi en sus sueños y proclama la cita de Paul Valéry de la que la película toma su título: "¡El viento se levanta! ... ¡Hay que intentar vivir!".

Es un mensaje humanista pero que, vinculado a una figura tan controvertida como Horikoshi, ha sido motivo de polémica. La izquierda pacifista nipona ha considerado que la película bendice los actos de agresión del Japón imperial, mientras que la derecha nacionalista la ha tachado de antipatriótica. Hasta la Sociedad Japonesa por el Control del Tabaco se ha quejado: los personajes de la película fuman demasiado.

Digan lo que digan, es obvio que Miyazaki retoma aquí el discurso pacifista que ya articuló en obras como Nausicaä del Valle del Viento (1984), mostrando su alarma por el apetito de destrucción del hombre y la velocidad con la que las nuevas tecnologías se convierten en armas, y por el camino que podría estar tomando de nuevo Japón. Miyazaki ha hecho público en varias ocasiones su rechazo al plan del primer ministro, Shinzo Abe, de revisar la Constitución pacifista nipona y reforzar el poder militar del país.

En última instancia, El viento se levanta es la tragedia de un hombre ávido por la ciencia pero demasiado falto de atención a sus consecuencias. Una alegoría sobre la inocencia, la arrogancia y la responsabilidad de los artistas personificada en un hombre que solo sueña con crear algo hermoso. ¿Un alter ego del propio Miyazaki? Tal vez. "Los artistas solo son creativos durante 10 años", advierte Caproni a Horikoshi, y quizá con esa frase el maestro trate de hacernos entender que tras haber superado con creces esa marca, tiene ya derecho a decir adiós.

Es cierto que Miyazaki ya anunció su retirada tras La Princesa Mononoke , y luego volvió para hacer cuatro películas maravillosas más. El viento se levanta no revela ningún indicio de cansancio o senilidad; es vigorosa, atrevida e increíblemente hermosa. Eso sí, con su énfasis en la idea de pérdida y en la nociva intersección entre el arte y el comercio, se percibe como un trabajo final. Ya le echamos de menos.