La ciudad en la que los alemanes iban de gris e Ingrid Bergman de azul, el París ocupado por los nazis --el de verdad, no el de Casablanca-- fue un lugar bastante más complejo que ese blanco y negro de buenos y malos, de héroes y villanos, que nos ha traslado la cultura popular y el filtro del tiempo. Un periodista bregado como Alan Riding, británico nacido en Brasil y corresponsal en Francia de The New York Times , ha trazado el quién es quién de los cuatro años que duró la ocupación en su libro Y siguió la fiesta (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores), que ha obtenido el Premio Palau i Fabra de ensayo a la mejor obra ya publicada en otro idioma.

Sus conclusiones son reveladoras. El París anterior a la guerra era "el foco cultural con la mayor concentración de intelectuales y artistas, como no se conocía desde el renacimiento". Los nazis conquistaron París en unas pocas semanas (la guerra de broma, la llamaron algunos). Unos tomaron la vía del exilio, otros el camino de la resistencia, pero la gran mayoría aceptó, sencillamente, seguir trabajando --y de paso pasárselo lo mejor posible-- entre junio de 1940 y agosto de 1944. Lo más sorprendente es que fue un periodo de particular florecimiento cultural. Se rodó la magistral película de Marcel Carné Les enfants du paradis , se estrenó el montaje de A puerta cerrada , de Sartre, y el Cuarteto para el fin de los tiempos , de Messaien, y se publicó El extranjero , de Camus. Sin olvidar que todos los cabarets y music-halls de la ciudad, con alemanes en sus plateas, siguieron funcionando. "Era un lugar extraordinario. Inmediatamente antes de la guerra, los franceses habían perdido la fe en la III República y el país se encontraba en una parálisis política. De ahí que buscaran soluciones ideológicas, algunas muy extremas".

Simplificando, algunas de las figuras de ese paisaje eran Picasso, Sartre, Simone de Beauvoir y Camus, de un lado, y autores afines al ideario nazi como Céline y Drieu La Rochelle, del otro. Pero el mérito de Riding es justamente huir de la simplificación. "Encontré ejemplos que pueden contener toda la ambigüedad de la actitud humana. Héroes que en algún momento realizan una acción miserable y viceversa".

Sabido es que a los franceses no parece gustarles demasiado que se ahonde en ese periodo. "Prefieren pasar directamente al potente mito de la imponente resistencia francesa enfrentada a un colaboracionismo mínimo, que creó De Gaulle. Solo en los años 70, los historiadores empezaron a abordar una versión más sofisticada de esta historia que en muy pocas ocasiones ha llegado al cine o a la literatura. Mi opinión es que había pocos resistentes verdaderos y pocos nazis convencidos. La gran mayoría buscaba sobrevivir".

LIBROS DE MEMORIA El material utilizado por Riding es básicamente el de los libros de memorias de los protagonistas --destaca el del escritor alemán Ernst Jünger, quizás uno de los ocupantes de a pie más famoso-- pero también con supervivientes como Jorge Semprún y la actriz Danielle Darrieux, la más popular de la época, junto a Arletty, quien accedió viajar a Berlín y cenar con Goebbels a cambio de que se le permitiera ver a su por entonces amante, el playboy dominicano Porfirio Rubirosa. "No encontré grandes pecados --asegura Riding--. Darrieux, por ejemplo, no se dio cuenta de que estaba en una posición clave".

Entre las mil historias que se entrecruzan, Riding selecciona la de un Picasso decidido a no marcharse a EEUU --algo que le hubiera sido relativamente sencillo-- y no abandonar ni París --muchos de sus colegas se trasladaron a la Francia no ocupada-- ni a sus tres amantes oficiales. De él se rumoreaba que los alemanes le procuraban material para pintar pero a la vez se cuenta aquella anécdota, posiblemente apócrifa, según la cual un oficial de la Wehrmacht le mostró una reproducción del Guernica inquiriéndole: "¿Usted ha hecho esto?". A lo que el pintor contestó: "¡No, fueron ustedes!". Riding se pregunta cómo pudo permanecer el artista en esas condiciones: "Creo que era demasiado famoso. Y los alemanes no querían arriesgarse a las repercusiones internacionales".

Y es que la actitud nazi frente a la cultura, y en especial la francesa, no era homogénea. Muchos ocupantes la admiraban. "La intención de Goebbels era dinamitarla desde el interior, lograr que dejara de tener su reconocida capacidad de irradiación. Así que decidieron --pero fracasaron-- que la cultura francesa no rebasara las fronteras".