Narrador oral, este cubano afincado en España desde el 2000 participa hoy y mañana en el festival Extremacuentos, que se celebra en el pueblo cacereño de Hoyos

En la casa cubana de Aldo Méndez (1966) se hablaba a todas horas. "Después de comer, después de cenar. Se hablaba y se hablaba".

No sabía entonces que se ganaría la vida hablando, contando cuentos. Trabajó para el gobierno cubano en programas de formación para niños y adolescentes y utilizaba los cuentos como una herramienta docente. En el 2000 se instaló en España y se dedica a la narración oral, trabajando con bibliotecas públicas en diferentes regiones. Hoy y mañana participa en Extremacuentos, un festival que se desarrolla en la localidad cacereña de Hoyos.

--¿Qué tradición oral hay en Cuba?

--Tiene una raíz española y africana, a las que se suman leyendas urbanas y las creaciones populares. La anterior tradición, precolombina, habla de los orígenes de Cuba, de las islas.

--¿Y qué tradición oral descubrió en España?

--Bueno, no soy un investigador de esa tradición, así que lo que descubrí son las relaciones comunes de la oralidad cubana y española en el sentido del humor, en la necesidad de diálogo, en la reiteración de estereotipos, nombres, olores, canciones similares, que en Cuba han sido reinventadas.

--¿Un contador es un improvisador?

--La gracia está en que el equilibrio de la narración concilie lo que pasa en el auditorio, lo que necesita la gente en ese momento y tu palabrería.

--Sería pues más bien un juglar.

--En el fondo estos oficios que buscan la comunicación están relacionados con los juglares, con la necesidad de recontar las historias y convocar a las gentes.

--Sus historias no están pegadas a lo que ocurre alrededor, a lo político, a lo social...

--En algún momento hago algún guiño, pero más allá de concienciar sin caer en la doctrina o en lo moralizante de las historias, hay una necesidad de hacer creer en los afectos.

--¿Y qué cuenta sus relatos?

--Cuentan lo que soy, lo que pienso. Intento que se sustenten en algún lugar de nuestras emociones, que sean verdad, susceptibles de verse, de vivirla.

--En Extremacuentos participa en un debate sobre si los cuentos son solo para niños.

--Tenemos miedo a las palabras y a veces las callamos. Si, por ejemplo, no decimos que nos gustan los cuentos es porque pueden pensar que son cosas de niños, cuando son para los seres humanos, que cuentan lo que somos, una creación para entender dónde vivimos, de dónde venimos o a qué pertenecemos.

--¿Se ha roto la cadena en la que los padres transmitían a los hijos los cuentos tradicionales?

--No sé si se ha roto del todo. Sí es cierto que se ha debilitado. Primero por la lectura y ahora por la tecnología. Pero lo determinante es la oralidad, la palabra viva que inventa, que pone en valor los afectos, los desafectos. Si lees un libro a un niño de diez años, lo pasas bien; pero si le cuentas un cuento y lo abrazas lo pasas mejor. Antes, los cuenteros éramos como la gran aspirina.