Por primera vez desde que existe el Premio Cervantes, creado en 1976, una mujer se subió ayer al púlpito de la Universidad de Alcalá de Henares (Madrid): Elena Poniatowska. Ninguna de sus tres predecesoras lo hizo. María Zambrano (galardonada en 1988) no pudo acudir a la ceremonia. Dulce María Loynaz (1992) no leyó su discurso y otra persona lo hizo por ella. Ana María Matute sí lo hizo en el 2010, pero sentada en su silla de ruedas. Nada más subir al púlpito y tener unas palabras para Gabriel García Márquez, Poniatowska elogió a sus tres colegas galardonadas, a las que llamó "las mujeres de Cervantes". Lo hizo en una emotiva, bella y dura disertación en la que habló poco de su madre patria, Francia, y mucho de su patria verdadera: México. Habló Poniatowska de las mujeres que sufrieron y que siguen sufriendo en su tierra. Y, sobre todo, habló de aquellos a los que siempre ha dado voz como periodista: los que están al otro lado del poder financiero, los ilusos, los destartalados, los candorosos. "Todo ellos resisten, montados en Rocinante y seguidos por Sancho Panza".

Ayer era la cuarta vez que Poniatowska lucía el precioso y colorido vestido rojo y amarillo y bordado a mano que le regalaron unas mujeres de Juchitán (Oaxaca) haciéndole prometer que se lo pondría cada vez que recogiera un premio. Galardonada con el Nacional de Periodismo de México en 1978, así como con el Nacional de Lingüística y Literatura en el 2002, en su carrera profesional confesó que no ha habido ningún acontecimiento más importante que ser galardonada con el Cervantes. Por eso, ni por un momento dudó en vestirse con otro conjunto. Como tampoco dudó en asegurar que ella no era Dulcinea del Toboso. Ni Teresa Panza. Ni Maritornes. Ni la princesa (que lo es) Micomicona. Ella es, simplemente, una Sancho Panza femenina. "Una escritora que ya no puede hablar de molinos porque no los hay y, en cambio, lo hace de los andariegos comunes y corrientes que cargan su bolsa del mandado, su pico o su pala, duermen a la buena ventura y confían en una cronista impulsiva que retiene lo que le cuentan. Niños, mujeres, ancianos, presos, dolientes y estudiantes caminan la lado de esta reportera que busca, como lo pedía María Zambrano, ir más allá de la propia vida, estar en las otra vidas".

Nacida en París en 1932 y descendiente de un príncipe polaco, la autora de El universo o nada quiso recordar cómo llegó a México en 1942, a bordo del Marqués de Comillas, el barco con el que Gilberto Bosques --cuya labor solidaria protagoniza una exposición que se puede ver estos días en el Instituto de México de Madrid-- salvó la vida de tantos republicanos que se refugiaron en México.

Los Poniatowska siempre fueron viajeros: italianos que terminan en Polonia, mexicanos que viven en Francia y norteamericanos que se mudan a Europa.

Llegó a México con 10 años. Ella y su hermana, Kitzia, eran niñas francesas con apellido polaco. Llegaron "a la inmensa vida de México, al pueblo del sol".

Poniatowska, que aprendió el castellano de la calle, y declaró su amor platónico por Luis Buñuel, está comprometida no solo con los sintierra sino con las mujeres, por lo que o tardó en teñir su discurso de feminidad. Tras recitar un poema que aprendió en las calles y que hace mención a un hombre que mata a su mujer (una "mala mujer"), la periodista y escritora recordó cómo el 13 de abril dos mujeres fueron asesinadas a tiros en Ciudad Juárez. Una tenía 15 años. La otra, 20 y estaba embarazada.