Con este libro de cuentos vuelve a demostrar Gonzalo Hidalgo Bayal (Higuera de Albalat, Cáceres, 1950) la excelencia de su concienzudo quehacer narrativo. Tras las impecables novelas cortas Paradoja del interventor y Campo de amapolas blancas y de la extensa y arriesgada novela El espíritu áspero (2009), los relatos de Conversación proponen un cambio de formato pero no de ambición ni presupuestos literarios. Las cinco narraciones del volumen se disponen de la más breve, Kalé hémera , a la más larga, Reparación , en orden creciente de longitud y también de complejidad. Todas presentan casos referidos por un narrador protagonista ante un auditorio que permanece mudo pero aludido, como si asistiera al monólogo de quien recuerda y da orden y sentido a lo sucedido tiempo atrás. No hay, pues, conversación verdadera porque no hay diálogo sino, como señala el último de los narradores, "parloteo". Lo más semejante a la conversación es el concurso de las voces que suenan en cada cuento, ajenas entre sí y dispares como las historias de que son portadoras.

Tanto las voces como las historias permiten a Hidalgo Bayal desplegar una notable variedad de registros. De la confidencia tristísima con la que se rompe un compromiso de silencio en Kalé hémera pasamos al enigma del cazador montaraz que pecha con una culpa terrible en Corzo y que recuerda a aquel mítico Numa que inventó Juan Benet como guarda forestal de Región.

En Aquiles y la tortuga se recupera el mundo y las criaturas de El espíritu áspero , reaparece el Saúl Olúas aficionado a los palíndromos (como su nombre), los juegos de palabras y la envolvente atmósfera provincial de Murania, mientras que Monólogo del enemigo recorre la historia de odio apasionado entre dos hombres desde la escuela hasta un presente de triunfo profesional en el que la necesidad de vencer sobre el otro acaba desparejando acciones e intenciones. El último cuento, Reparación , fluye en un único párrafo de 73 páginas en el que el soliloquio de un personaje beckettiano, cuya identidad parece descansar en su lenguaje, transmite algo más que claustrofobia: la ineluctable necesidad que tenemos de inventar a alguien al otro lado de nuestras palabras.