Aquiles, enfurecido por la muerte de Patroclo, reclama sed de venganza ante los muros de Troya. Héctor, hijo del rey Príamo, se planta ante el joven y comienza la feroz batalla. El trágico desenlace está escrito por los dioses, Aquiles es el vencedor mientras que el cadáver de Héctor cae sobre el polvo.

El director del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, Jesús Cimarro, no se equivocó: 'La Ilíada' del director griego Stathis Livathinos, cuarto montaje que se represente este año, sorprendió anoche al público del teatro romano. "No dejará a nadie indiferente por su fuerza, acción y su contemporaneidad", dijo, y así ocurrió. En este caso, el clásico de Homero se representó en griego y por primera vez en el marco del certamen clásico con los 24 cantos. Del montaje llama la atención la puesta en escena, muy arriesgada, con la que los asistentes enmudecieron durante las tres horas de actuación.

Sobre el escenario aparecieron 400 neumáticos que determinan la posición de los soldados. En el lado izquierdo los aqueos en plataformas pequeñas, en el derecho los muros de la ciudad de Troya. En medio de ambos bandos una columna de ruedas emerge desde la arena rojiza del Teatro y se eleva hasta el cielo, el Olimpo, el lugar de los dioses. Una luz tenue brilla sobre la oscuridad del escenario y reposa entre tambores en las aguas del río Estigia, donde aparece Tetis, madre de Aquiles. En el lado opuesto, un trono perdido en el tiempo simboliza que la obra es eterna. Más tarde, aparece una fila de ganchos con gabardinas evocando a los comandantes de la segunda Guerra Mundial.

SITUACION ACTUAL La acción se basa en la epopeya de Homero, no hay vencedores ni vencidos. Una conversación entre varias generaciones que reflejan los errores del pasado, trasladados a la situación actual de incertidumbre. Aquiles, joven y fuerte reconoce la sabiduría del viejo Príamo y se reconcilian aunque sea por un breve espacio de tiempo. La ira y el resentimiento se convierten en la comprensión y el perdón ante el cadáver de Héctor.

El espectáculo se apoya en el talento de los actores y en el poder narrativo de la epopeya homérica. Es un canto a la guerra y a la paz, a la belleza, al amor. Las palabras de Homero reviven en las gargantas de los intérpretes, el texto suena, te seduce hacia épocas antiguas. El énfasis en la articulación del habla y el derroche de energías de los actores dan el dinamismo necesario a la función para disfrutar de sus 24 cantos y 24 secuencias. Para mantenerse fiel a sus orígenes la obra es contada íntegramente en griego, aunque el público pudo seguir la traducción simultánea.

En lo referente al vestuario, las diosas son realmente sensuales, mientras que los guerreros que van al frente de la batalla, visten harapos y gabardinas emulando a la era actual, con lo que el director griego consigue dos objetivos la contemporaneidad de la obra y el carácter militarista de la época. Muy interesante fue la variada muestra de música en la obra, pasando de la intensidad de los tambores de guerra a la sutileza de las notas del acordeón.

Del elenco de actores es muy difícil resaltar uno por encima del resto, todos tienen un rol importante en la obra al ser varios personajes en uno, dioses, rapsodas y mortales. Sin embargo, Dimitris Imellos, en su papel como Agamenón tiene varias escenas irónicas que dan a la obra un tono más sarcástico y dramático, capaz de envolver al público en una especie de aura inquietante y sombría.

El ser humano se da cuenta de que la pérdida suaviza incluso al más fuerte, al más duro, a pesar de todo lo que ha sucedido, de tantos muertos y miles de batallas. La naturaleza humana no ha cambiado en el transcurso de los siglos y los sentimientos de las personas siguen estando ahí, en lo más profundo del ser.