El arquitecto extremeño (Badajoz, 1940) es también pintor. No un arquitecto que pinta, como aclara él mismo. Muestra 32 lienzos y 52 acuarelas en Badajoz

Suyo es el Teatro Central de Sevilla o la nueva sede del Banco Popular, el proyecto más reciente. Edificios que el arquitecto extremeño Gerardo Ayala pretende intemporales. Una idea que persigue también como pintor. Y esta dedicación, similar en intensidad a la de la arquitectura, se plasma en la sala Vaquero Poblador de la Diputación de Badajoz, en 32 lienzos y 52 acuarelas, que ha pintado en los últimos cuatro años.

--¿Por qué pinta un arquitecto?

--Bueno, yo siempre he pintado, y considero que son dos tareas diferentes, no tienen que ver; pero las practico con la misma intensidad. Un arquitecto que pinte por afición posiblemente hará una pintura más plana, más cercana a la arquitectura. Yo cuando pinto cambio el chip. Pinto de un modo más libre porque nadie vive en la pintura. En la arquitectura, sí.

--¿Para pintar ha seguido su propio impulso, se ha sentido atraído por determinado tipo de pintura...?

--Cuando uno pinta no lo hace ex novo , desde la nada, sino a partir de lo que ya conoce, de la carga cultural del pasado, de manera que las influencias son fuertísimas. En mis clases les digo a mis alumnos que copien todo lo que puedan.

--¿Y usted a quién ha copiado?

--A mí me ha influido mucho el siglo XX: Modigliani, Matisse, Picasso, la pintura de color, de colores netos, no mezclados, la pintura figurativa, realista...

--Presenta en Badajoz acuarelas, que captan el instante, sin rectificación posible, algo opuesto a la arquitectura.

--Una acuarela es un incunable, que tiene tanto o más valor que un óleo o un pastel. Es un trozo de vida del pintor, de su alma. Y aunque la arquitectura parezca más razonada, más reflexiva, los primeros croquis, esos que haces en una servilleta mientras desayunas en un bar, pueden alumbrar la obra de tu vida. De manera que son como acuarelas.

--Su última obra arquitectónica en Extremadura es un puente sobre el Guadiana.

--He hecho bastantes cosas; pero tengo ganas de hacer una obra de mayor envergadura, si hubiera tiempo, dinero, que no lo hay ahora, y posibilidades.

--¿Qué clase de huella es su obra?

--No sé decirle. Deberían decirlo otros. Sí le diré que yo ya no estoy solo. Trabajé con mi mujer, y hace diez años lo hago con mis hijos en el estudio, de manera que ha habido como un transfusión de sangre de ellos en mí.

--¿Cómo ve sus obras?

--Bueno, yo he tratado de hacerlas intemporales, ajenas a las modas, porque las modas se pasan de moda. Y eso lo aplico, por ejemplo, al palacio de Camarena en Cáceres o al Teatro Central de Sevilla. No están realizadas para una época concreta. Hoy las haría igual. Pero aunque hagas obras más importantes que otras, en todas pones el mismo entusiasmo.

--¿En qué sentido esta crisis obliga a la arquitectura a modificarse?

--En todos. En la tecnología, en los materiales... hasta en la propia experiencia del arquitecto. Amigos míos, antiguos alumnos se están marchando fuera a trabajar. A China, a Brasil... y cuando regresen, esa experiencia influirá en las obras que hagan en España. Aunque no sé en qué dirección.