The amazing Spider-Man 2: El poder de Electro es la continuación del reboot de la adaptación cinematográfica de un cómic de la editorial Marvel, lo que significa que poco o nada hay de novedoso en ella. El director Marc Webb ha tratado de construir un universo que pueda acoger varias películas más, y de hacer acrobacias con la suficiente cantidad de ruido y de furia como para distraernos de la evidente redundancia que esta franquicia encarna.

Ya lo dejó claro The amazing Spider-Man (2012), que reiniciaba las aventuras fílmicas del hombre araña solo cinco años después de Spider-Man 3 (2007) y que, reconózcase, era una película que nadie necesitaba excepto la compañía que la produjo. Para los mandamases de Sony era necesario rodar otro filme sobre el personaje porque, de otro modo, Disney les habría arrebatado los derechos de su explotación sin tener que pagarles a cambio ni un solo centavo. ¿Por qué, en lugar de recurrir al reseteado, no se limitaron a hacer Spider-Man 4 ? Muchos fans coincidirán en que la culpa la tuvo Sam Raimi, cuya fallida tercera película sobre el arácnido superhéroe dejó al susodicho en un callejón sin salida, incapaz de ir a otro lado más que a la casilla de salida.

Que, a pesar de la dudosa reputación de sus orígenes, el nuevo Spider-Man que llega hoy a nuestros cines sea todo un éxito --está por ver si la nueva película triunfa en taquilla, pero parece cantado-- demuestra dos cosas: 1. Que el mito del personaje, adolescente empollón y socialmente marginado cuyas debilidades de algún modo son revertidas en forma de superpoderes, sigue siendo potente y carismático. 2. Que reiniciar una saga cinematográfica no es tan grave. En el universo del tebeo, estas cosas pasan constantemente. Diferentes escritores e ilustradores asumen la tarea de reimaginar nuevos orígenes, o añadir giros argumentales a mundos creados previamente. Algunos creen que la versión de Spider-Man de Steve Ditko es la buena; otros prefieren la de John Romita Sr., otros las de Todd McFarlane, y algunos se decantan por la de Brian Michael Bendis, en la que el rol de hombre araña es asumido por un adolescente negro llamado Miles Morales. Hay un tebeo en el que Batman va a la caza de Jack el Destripador en una Gotham decimonónica; y Mark Millar se preguntó qué pasaría si Superman hubiera nacido en la Unión Soviética. ¿Por qué deberíamos molestarnos cada vez que Hollywood anuncia cambios de tercio similares? Solo dos años después de que Christian Bale diera vida por última vez a Batman, ya sabemos que en el 2016 el personaje se verá las caras con Superman. ¿Qué tiene eso de malo, aparte de que le vaya a dar vida Ben Affleck?

Los héroes se quedan

Sea como sea, los superhéroes han estado con nosotros desde hace mucho --Supermán y Batman nacieron en los años 30; Spider-Man y muchos de sus colegas de Marvel son hijos de los 60--, y todo apunta a que seguirán aquí mucho tiempo. Desde el estreno de X-Men (2000) han visto la luz 58 películas de superhéroes más, y la mitad de ellas lo han hecho en el último lustro.

¿Por qué tienen tanta demanda? Un motivo esencial son las feroces estrategias de marketing de sus productores. Por ejemplo, las películas estrenadas por Marvel desde el 2008 han sido creadas a la manera de una gigantesca franquicia integrada por diversas ramificaciones. Pero también está claro que estas narrativas seriadas sobre tipos normales --más o menos-- dotados de habilidades extraordinarias y amenazados por enemigos diabólicos conectan de forma poderosa con la imaginación popular. Los superhéroes inspiran esperanza, encarnando la promesa de que podemos ser salvados del abismo y promueven la paz, la seguridad y la libertad. Son un apoyo necesario en tiempos difíciles. Y, pensándolo bien, ¿qué tiempo no lo es?