Javier Cercas (Ibahernando, Cáceres, 1962) ha regresado a Girona para recuperar su adolescencia a finales de los años 70, cuando en la radio sonaban las canciones de los Chichos, las películas que rompían las taquillas eran Perros callejeros y sus secuelas y los quinquis, los delincuentes juveniles, eran poco menos que los Robin Hood del momento. El, charnego de clase media, jamás se dejó seducir por el lado oscuro de la violencia, como le ocurre al Gafitas, el protagonista de su última novela Las leyes de la frontera (Mondadori),que es también una historia de amor a tres bandas y el retrato de un delincuente, el Zarco, envuelto en las luces y las sombras del mito, entre la fascinación y el miedo.

--Sorprende que en este libro no haya ensayo, que es algo consustancial a su literatura.

--Originalmente había una parte enayística y otra más ficcional como en Soldados de Salamina , pero no funcionaba. Así que lo rehice y en cierta forma aquel otro libro ha quedado enterrado en este libro.

--¿Por qué los quinquis?

--El origen inmediato del libro es la lectura de un manuscrito de un amigo mío, Carles Monguilod, un penalista de Girona, en la que cuenta sus experiencias y una de ellas fue su defensa de Juan José Moreno Cuenca, El Vaquilla, cuando estaba en la cárcel de Girona a finales del siglo XX. De hecho, murió aquí.

--Suele decir que toda novela contiene una pregunta en su interior. ¿Cuál sería en este caso?

--Me la hice en una exposición sobre quinquis que se hizo en el CCCB comisariada por dos chicas muy jóvenes. Y esto es importante porque ellas supieron ver que todo aquel mundo perdido era ya carne de museo. Yo mismo, ante la máquina del millón y el futbolín, también me sentí así. Pero a lo que iba, ante las fotografías de aquellos chicos de mi generación que estaban todos muertos por la violencia, el sida o la heroína me pregunté. ¿Por qué ellos sí y yo no?

--Podría decirse que el Gafitas es una versión de lo que usted podría haber sido.

--Kundera dice que los personajes de una novelas son siempre yos hipotéticos. Es verdad que el Gafitas vive donde yo viví, en el extrarradio, y es un chaval de clase media como yo. Jamás incurrí en la delincuencia y los quinquis a los que veía de lejos me asustaban. Cuando tenía unos 12 años, el utillero del equipo de balonmano nos llevó al otro lado del río Ter. Lo que ví entonces era otro mundo, barracones donde se hacinaban miles de personas. ¡Y yo vivía a 150 metros en línea recta de ese mundo que estaba tan lejos!

--Ahora se habla del negro futuro de la juventud, pero entonces la heroína diezmó a una generación.

--Sí, al final de Anatomía yo decía que quizá la violencia no fuera la partera de la historia como decía Marx, pero sí que es la cantera de la historia. Es verdad que en la Transición no hubo derramamiento de sangre pero sí una guerra secreta que se llamó heroína. Todos los de mi quinta, tengo ahora 50 años, hemos conocido a alguien muerto por la heroína y su corolario, el sida. No sabemos cuánta gente murió. Hay quien ha hablado de un holocausto involuntario. Y otros de una conspiración política, lo que me parece absurdo.

--El libro puede leerse también como un western. Y como una reflexión sobre el mito estilo Liberty Valance.

--Me gusta esa interpretación. Mi amigo el librero Guillem Terribas suele decirme que yo siempre intento escribir libros distintos y siempre acabo escribiendo El hombre que mató a Liverty Valance . Ojalá.

--¿Por qué la España de los 70 necesitaba mitos?

--Es obvio que obedecían a una necesidad profunda de la gente porque propiciaron canciones, películas y sus historias llenaban los periódicos. Pese a ello todos fueron víctimas. Algunos llegaron a creerse sus personajes. El protagonista de Deprisa, deprisa de Saura volvió del festival de Berlín y después fue detenido mientras asaltaba un banco.

--En Anatomía de un instante le sirvió para comprender algo que en su momento no entendió, ¿aquí paso algo similar?

--Me ha servido para hacer las paces conmigo mismo en muchas cosas.

--¿En cuáles?

-- A Ortega le gustaba decir que era un chulito madrileño que había leído a Kant, yo podría decir que soy un charnego de Girona que ha leído a Borges.

--Un charnego es alguien que no acaba de saber dónde está su lugar. ¿Usted lo siente así?

--Nunca he sabido cuál era mi sitio. He sido gerundense y ultratrujillano. Para mí fue una ofensa que me trajeran a los cuatro años a Girona que entonces era un sitio gris. Y creo que en cierto modo esta novela sirve para reconcilarme con Girona, ciudad en la que entre otras cosas, está enterrado mi padre.

--Y no ser de un sitio concreto ¿es bueno o es malo?

--Creo que si no me hubiese movido de mi pueblo jamás habría sido escritor. Básicamente los escritores son gente desubicada.

--¿Qué le está diciendo Las leyes de la frontera a Cataluña?

--Que este es un país mestizo. Que en 1985 España era un país en vías de desarrollo. Que nos hemos creído que éramos la hostia y es mentira. 300 años de incuria no se cambian en 30 años.

--¿Y en el futuro que cree, teme, espera que pase en Cataluña?

--Entiendo muchas cosas porque vivo aquí, pago mis impuestos y comprendo muchos hartazgos. Como la situación es muy dura entiendo que es muy fácil encontrar enemigos exteriores y entiendo que la gente quiera lanzarse a la aventura. Yo soy partidario de las aventuras en la literatura, ese lanzarse a lo desconocido para encontrar lo nuevo que decía Baudelaire, pero en política cada paso que das tienes que saber a donde te va a llevar, porque puede caer un país entero contigo. Yo no soy independentista, nunca me he escondido. Por eso no entiendo que todos sepamos que el president Mas es independentista y no diga que lo es. Digo lo que soy, con más motivo el president tiene la obligación de decir lo que es.