El Festival llega a su ecuador con Las ranas , una ingeniosa sátira literaria y moral de Aristófanes, del estilo que ya había iniciado en la pieza anterior Las tesmoforias (espectáculo representado el pasado año, con éxito, por dos compañías extremeñas unidas).

Fue escrita en un momento en que Atenas se encontraba en una crisis económica y bajo un régimen de disturbios. Y también en una crisis literaria, pues el teatro de Atenas se estaba apagando al haber desaparecido los tres grandes poetas trágicos: Esquilo, Sófocles y Eurípides. En medio de esta penuria el autor griego vuelve la vista al pasado y recuerda con nostalgia el periodo glorioso de Atenas, imaginando una trama en la que Dioniso desciende al Hades para traer de allí a uno de los tres poetas. El propósito principal de Las ranas es tratar humorísticamente el sistema dramático, burlándose del dios tutelar del teatro, cuya fiesta se solemnizaba con la representación de esta comedia. Dioniso aparece en la obra cobarde y fanfarrón, sujeto a las contingencias del más débil de los mortales. Pero los dardos van dirigidos particularmente contra Eurípides y Esquilo que se enzarzan en un debate --de la tragedia antigua y moderna-- sobre el valor de sus prólogos, de sus partes líricas, y de otras cuestiones relacionadas con la composición de sus versos y del arte de la política. La obra posee excelsas cualidades: predica la concordia, la igualdad y la justicia y merece destacarse por su crítica literaria, por su lirismo y por ser una farsa magnífica. Pero esas cualidades son poco aprovechadas por Hiperbólicas Producciones que monta la obra en el Teatro Romano de Mérida.

En el espectáculo de esta compañía, se trasluce que las debilidades nacen de la adaptación --firmada por Daniel Piedracamino--, que está falta de una original recreación del lenguaje gracioso en el ejercicio de las metáforas literarias que combinan lo trivial y cotidiano con las exposiciones líricas (que se sustentan en la alternancia de fantasía y realidad) y de la ironía cómica con miras a una profunda traslación a nuestra situación actual y, después, por la puesta en escena poco innovadora y algo precipitada de Juan Dolores Caballero. Por otro lado, está la simpleza y endeblez en el trabajo de los actores. Sus roles se ven bastante forzados, llenos de clisés y en algunos desaprovechadas sus cualidades artísticas.

En el montaje, el tratamiento de farsa --con atractivos vestuarios y máscaras-- es correcto pero hay altibajos y lagunas de ritmo que desorientan en su juego escénico, tremendamente plano, oscuro y casi falto de veracidad escénica. Y con poca gracia. Solo logra que se ría el público en algunas situaciones disparatadas del chiste fácil y la picardía sexual o escatológica. La escenografía --una enorme tienda de campaña-- es una birria y el diseño de luces pésimo. Pero lo peor del estreno fue el deficiente sonido, donde las voces de los actores se escuchan como si salieran de un play back ruidoso, del que en varias ocasiones poco se entienden y tampoco permiten distinguir con claridad que personaje habla. En el caso de la actriz/cantante Beth, único personaje que aparece del coro de ranas, que hace de narradora, solo apreciamos que tiene bonita voz pero no se le oye bien la letra de las canciones. Y no se entiende como el director yerra ingenuamente montando la escena final en el fondo de la entrada principal del monumento, donde Beth canta sin poderla ver desde los laterales de las caveas. Tengo que decir que hace un mes el elenco estaba buscando 4 actores-cantantes para integrarlos en el citado coro de ranas, razón por la que el montaje me pareció precipitado.

De los actores, se percibió una actuación más sosa que graciosa. Los recursos cómicos de Pepe Viyuela (Dionisos) fallan esta vez. Su espíritu juguetón apenas le funciona. No esta a la altura de otros montajes que hemos visto, salpicado de aciertos y sorpresas en el chisporreteo de la farsa, del guiño y del gracejo. Aquí no convence ni borracho (por la escena que hace bebiendo). En Mirian Díaz-Aroca (Jantias) sus movimientos y gestos --con resabios-- son simples y escasos de creatividad. Solo se salvan Susana Hernández, manteniendo una mímica de humor afinado en el personaje de la muerta que habla, y Selu Nieto (Esquilo), único portavoz de la ironía --con voz clara y verismo-- en las diatribas.

Al público, no se le vio con demasiado entusiasmo durante la representación. Pero aplaudió el entretenimiento con la cortesía de siempre.